Los bancos están diseñados para quebrar, y así es. Los gobiernos quieren que sean lugares seguros para que el público guarde su dinero y, al mismo tiempo, asuman riesgos con fines de lucro. Son al mismo tiempo entidades reguladas y empresas que asumen riesgos. Los incentivos para los directivos los inclinan a tomar riesgos, al igual que los estímulos para los Estados los inclinan a salvar la empresa de servicios públicos cuando la toma de riesgos la hace estallar. El resultado es una costosa inestabilidad.
Si algo quedó claro en los acontecimientos de las dos últimas semanas es que las cacareadas reformas que se introdujeron después de la crisis financiera mundial no cambiaron mucho nada de esto, o al menos no lo suficiente.
Sí, el apalancamiento de los sistemas bancarios se redujo desde la crisis, pero aún es muy alto. De acuerdo con la Reserva Federal, el 8 de marzo de 2023, la diferencia entre el valor contable de los activos y los pasivos de deuda de los bancos comerciales estadunidenses era de 2,137 billones de dólares. Esta porción de activos respaldados por acciones tenía un valor teórico de 22 mil 800 billones de dólares, pero un documento reciente sugiere que las pérdidas a precios de mercado ya rondan 2 billones de dólares. Un pánico bancario generalizado haría aflorar estas pérdidas y acabaría con el capital. Para evitarlo, es posible que las autoridades tengan que proteger todos los depósitos.
Se pronunciaron bonitas palabras sobre la necesidad de una resolución ordenada de los bancos en quiebra, en la que el capital sea el primer reclamo en ser eliminado, pero eso no fue lo que ocurrió al salvar a Credit Suisse. Los accionistas conservaron su valor y el Estado también les proporcionó garantías de manera indirecta al garantizar a UBS; sin embargo, el ministro de Finanzas suizo dijo: “Esto no es un rescate. Es una solución comercial”. En efecto, es un rescate. Es posible que sea la solución menos costosa, pero no es así como debe funcionar el régimen posterior a la crisis de 2008.
Aún no está claro lo grave que será esta crisis, pero ya es evidente que las reformas posteriores a la última no fueron suficientes, en especial después de que la administración Trump las manipuló. No han garantizado un sistema a prueba de crisis. No han proporcionado una forma fluida de resolver una, más si esta corre el riesgo de convertirse en sistémica. ¿Qué puede hacerse? Hay cuatro grandes enfoques para la reforma.
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Primero, permitir que prevalezca el mercado, como argumenta Ken Griffin, de Citadel. Por desgracia, las funciones de los bancos de proporcionar dinero y crédito son demasiado vitales para permitirlo. La idea de que la garantía del gobierno de los depósitos crea un riesgo moral también es complicada. Los depositantes no pueden monitorear la solidez de los bancos en tiempo real: la ausencia de seguro solo los hará estar más nerviosos, pero su presencia es un subsidio a los accionistas y, por tanto, fomenta un mayor apalancamiento y una mayor asunción de riesgos.
Segundo, endurecer la regulación actual. Todos los bancos con depósitos asegurados deben estar regulados de la misma manera en cuanto a solidez del capital y liquidez. La decisión de excluir a Silicon Valley Bank de la red reguladora de los bancos de importancia sistémica fue un error, porque cualquier cosa puede desencadenar un pánico si un número grande de entidades tiene vulnerabilidades similares. Además hay que aumentar las primas de seguro y vincularlas a las características de riesgo de los bancos, como el apalancamiento. Una vez más, hacer que las pruebas de estrés sean universales y realistas en todos los riesgos, incluidas las tasas de interés.
Tercero, ir mucho más allá de lo habitual para aumentar la solidez de los bancos. Una recomendación sugería pasar a un apalancamiento de tres a uno, en lugar de los 10 o 20 a uno habituales en la actualidad. Una propuesta alternativa es obligar a los bancos a financiarse con deuda que se convierta en capital cuando disminuyan las valoraciones del mercado. Las ideas anteriores irían acompañadas de una estricta valoración de sus cuentas al mercado. Una idea de Mervyn King, ex gobernador del Banco de Inglaterra, es que los bancos ajusten los depósitos a sus activos líquidos. Estos últimos incluirán un valor acordado previamente de garantía frente a los préstamos del banco de último recurso. Esto garantizará la liquidez en todo momento. Por último, deben imponerse sanciones a la dirección de los bancos en quiebra, reflejando la realidad de que se trata de empresas de servicios públicos.
Cuarto, abandonar este intento de combinar la provisión de dinero con préstamos de riesgo en un solo tipo de negocio. Esto tendrá dos elementos complementarios.
Los pasivos frente al público que se supone que son líquidos y se canjean a la par (“dinero”) deben igualarse uno a uno con activos similares. Esto puede hacerse obligando a los intermediarios a mantener reservas en el banco central o pasivos públicos de liquidez similar. Este es el famoso “Plan Chicago”, pero ahora los ciudadanos pueden poseer dinero directo del banco central. Eso era imposible cuando el acceso a la banca requería redes de sucursales, pero ahora será posible que todo el mundo posea monedas digitales seguras en cualquier cantidad. Esta idea convertirá al banco central en el proveedor monopolístico de dinero en la economía. La administración del sistema de pagos digitales puede transferirse a las compañías de tecnología. El dinero creado por los bancos centrales puede utilizarse para financiar al gobierno (sustituyendo a los bonos gubernamentales) o invertirse de otras formas.
Mientras, la intermediación del riesgo puede correr a cargo de fondos de inversión, cuyo valor se moverá con el mercado. De forma menos radical, la intermediación puede estar en instituciones bancarias, pero financiadas por una mezcla de acciones, bonos y depósitos a plazo, no depósitos a la vista.
Nadie está listo todavía para estos últimos planteamientos, pero el segundo y el tercero deben figurar en la agenda. La banca se revela como una parte del Estado disfrazada como parte del sector privado. Como mínimo, debe ser mucho más sólida. Lo ideal es transformarla de manera radical.