Conocemos las caras, pero la fotógrafa quedó en el olvido. Dora Kallmus, o Madame d’Ora, como indicaba el letrero de la puerta de su estudio, ayudó a los famosos a ser más famosos, y después, desapareció de la historia. Josephine Baker, Alma Mahler, Coco Chanel y Maurice Chevalier solicitaron su glamorosa ayuda, pero no fue hasta décadas después de su muerte que la curadora Monika Faber extrajo miles de fotografías de un oscuro archivo.
Afortunadamente, Kallmus comenzó su carrera en Viena, que cae bajo la competencia de la Neue Galerie en esta muestra. Ahora, casi 60 años después de su muerte, el museo —en su inminente reapertura— finalmente puede celebrarla de una manera digna de un visionario idiosincrásico. Faber tradujo una vida tumultuosa en una saga repleta de estrellas.
Kallmus nació en una familia judía privilegiada en 1881 y alcanzó la mayoría de edad en medio de los primeros movimientos del modernismo en Viena. El teatro y la moda despertaron su imaginación, pero su padre desalentó la búsqueda de actividades tan frívolas.
En un viaje al sur de Francia, se compró una cámara de cajón Kodak que, pronto descubrió, podría ser igual una herramienta creativa que la base para un negocio lucrativo. Su padre la ayudó a abrir un estudio en 1907 y le proporcionó conexiones con una clientela resplandeciente. Artistas como Gustav Klimt, Lovis Corinth y Max Liebermann se tomaron retratos mitificadores. Kallmus no dejó que la vida interior de sus sujetos hablara por sí misma, sino que llenó el marco con tul, seda, barbas proféticas sombreros que robaron escena.
Kallmus pertenecía a un silencioso batallón de mujeres que se lanzaron por su cuenta mientras luchaban contra la misoginia que provocaban sus logros. Freud diagnosticó la insatisfacción de las mujeres como envidia del miembro masculino, y el influyente libro Sexo y Caracter (1903) de Otto Weininger atacó el peligro moral de las “mujeres virilizadas”. Los pintores modernistas de Viena transformaron los cuerpos femeninos en depravadas Salomés, esfinge y vampiros.
Ella respondió con fotografías que mostraban a mujeres seguras de sí mismas, poderosas y vestidas. Las diseñadoras de moda (y emprendedoras) Emilie Flöge y Ella Zirner-Zwieback modelan sus propias creaciones.
En la década de 1920, Kallmus estaba lista para celebrar la libertad sexual junto con la elegancia y el prestigio. Un retrato memorable de la bailarina y actriz Elsie Altmann-Loos, ayudó a sacudir el tema de un matrimonio infeliz. La cámara de Kallmus la capta en un ensueño voluptuoso: un kimono de seda se parte en los senos, un cuello blanco columnar se eleva a una cara inclinada hacia atrás en sueño o éxtasis, y su cabello estalla en un halo eléctrico. Altmann-Loos recordó más tarde lo liberada que se sentía en las manos de la fotógrafa simpática y conversadora, especialmente en comparación con la vida con el dominante Loos.
Madame d'Ora se trasladó a París en 1925 y comenzó a trabajar en revistas con fotografías de moda y celebridades. Los retratos en primer plano de este periodo son ostentosos, aerodinámicos y teatrales, perfectamente adaptados a la estética art-deco.
Lo dice...“El hecho de que yo vea a las personas de manera diferente a como las creó Dios es la sagrada vocación del fotógrafo”
Kallmus todavía estaba ocupada fabricando encanto cuando los alemanes marcharon a París en 1940, y ella continuó trabajando, usando un seudónimo étnicamente neutral.
La muestra no menciona que ella, al igual que otros judíos vieneses como Gustav Mahler y Arnold Schoenberg, se había convertido al catolicismo mucho tiempo atrás de las guerra.
Eso no hacía ninguna diferencia para los nazis, y en 1942 (el año en que su hermana fue asesinada en un campo de concentración), huyó de París hacia Ar dèche y pasó oculta el resto de la guerra.
Su visión del mundo se oscureció. “El hecho de que yo vea a las personas de manera diferente a como las creó Dios es la sagrada vocación del fotógrafo”, escribió en el diario que fue su único compañero. “Que las personas sean incluso peores que su reputación es algo que hay que olvidar, de lo contrario el hedor es insoportable. La gente camina sobre dos piernas, los cerdos sobre cuatro, esa es la única diferencia”.
El trauma pasó factura. Madame d'Ora resurgió en 1945, esta vez sin un estudio. Sus temas de posguerra aparecen en su propio terreno: Picasso, riendo, atrapado en la luz que fluye a través de una ventana; Cristóbal Balenciaga encaramado en una ladera rocosa; Jacques Tati acechando a un gato blanco esponjoso en un callejón al lado de su casa. Estas fotos están bien y pagaron el alquiler.
Pero su mente seguía los ríos sombríos que habían comenzado durante su exilio en tiempos de guerra. Entre 1949 a 1958, Dora Kallmus recorrió los mataderos de París con su elegante traje, documentando la mutilación y la muerte de los animales. Estas imágenes son difíciles para las personas sensibles (o los vegetarianos), tan brutales como refinadas fueron sus fotos de glamur.
En 1958, Jean Cocteau capturó el surrealismo de sus últimos años: “Madame d'Ora, avivada por el ala del genio, pasea por un laberinto cuyo minotauro va desde las Dolly Sisters hasta el terrible bestiario de los mataderos, donde esta mujer, más lúcida que cualquier joven, hace a un lado a los asesinos con un gesto y coloca su cámara en su lugar frente al sacrificio diario de nuestro culto carnívoro”. Para entonces, al parecer, ella veía a los carniceros y las celebridades como dos lados de la misma civilización.
srgs