¿Estamos presenciando el regreso del fascismo? ¿Donald Trump es, por poner el ejemplo contemporáneo más importante, fascista? ¿Marine Le Pen, de Francia, lo es? ¿O Viktor Orbán, de Hungría? La respuesta depende de lo que se entienda por “fascismo”, pero lo que estamos viendo ahora no es solo autoritarismo, sino uno con características fascistas.
Debemos empezar con dos diferencias. La primera es entre nazismo y fascismo. Como señaló el fallecido Umberto Eco, humanista y autor de El nombre de la Rosa, en un ensayo sobre el “ur-Fascismo” publicado en The New York Review of Books en 1995, “Mi Lucha de Hitler es el manifiesto de un programa político completo”. En el poder, el nazismo era, como el estalinismo, “totalitario”: lo controlaba todo. El fascismo de Mussolini era diferente. En palabras de Eco, “Mussolini no tenía ninguna filosofía: solo tenía retórica…el fascismo era un totalitarismo difuso, un collage de diferentes ideas filosóficas y políticas, una colmena de contradicciones”. Trump es igual de “difuso”.
La segunda distinción es entre antes y ahora. Los fascismos de las décadas de 1920 y 1930 surgieron de la Primera Guerra Mundial. Por naturaleza eran militaristas tanto en medios como en objetivos. Además, en aquella época, la organización centralizada era necesaria para difundir las órdenes. En la actualidad, las redes sociales hacen gran parte de este trabajo.
Así que, el fascismo actual es diferente del que había en el pasado, pero esto no significa que la noción carezca de sentido. En su ensayo, Eco describe una serie de características del “ur-fascismo o fascismo eterno”.
Una característica es el culto a la tradición. Los fascistas adoran el pasado. El corolario es que rechazan lo moderno. “La Ilustración, la Era de la Razón”, escribe Eco, “se considera el comienzo de la depravación moderna. En este sentido, el ur-fascismo puede definirse como irracionalismo”.
Otra característica es el culto a la acción por la acción, del que surge otra: la hostilidad hacia la crítica analítica. Y de esto sigue que el “ur-fascismo busca el consenso explotando y exacerbando el miedo natural a la diferencia, por lo tanto, es racista por definición”.
Otro aspecto es que “el ur-fascismo deriva de la frustración individual o social. Por eso uno de los rasgos más típicos del fascismo histórico fue la apelación a una clase media frustrada”.
El ur-fascismo une a los partidarios que recluta entre las filas de la clase media descontenta a través del nacionalismo. Esos seguidores, añade Eco, “deben sentirse humillados por la ostentosa riqueza y fuerza de sus enemigos”. Para el ur-fascismo, además, “no hay lucha por la vida sino que la vida se vive para luchar”.
Lo siguiente, para Eco, es el hecho de que el ur-fascismo defiende un elitismo popular. “Todo ciudadano pertenece a los mejores pueblos del mundo”. Es más, “todo el mundo es educado para convertirse en héroe”.
Para el u-Fascismo, añade Umberto Eco, “el pueblo se concibe como una… entidad monolítica que expresa la voluntad común. Como ningún gran número de seres humanos puede tener una voluntad común, el líder pretende ser su intérprete”.
El origen del machismo característico del ur-fascismo es que “el ur-fascista transfiere su voluntad de poder a las cuestiones sexuales”. Aquí está implícito tanto el desdén por las mujeres como la intolerancia y condena de los hábitos sexuales distintos.
Finalmente, “el ur-fascismo habla neolengua”: miente de manera sistemática. Como señaló Hannah Arendt en una entrevista en The New York Review of Books en 1978: “Si todo el mundo te miente siempre, la consecuencia no es que te creas las mentiras, sino que ya nadie se cree nada”. Los seguidores creen en el líder, simplemente porque lleva el manto sagrado del liderazgo.
Esta es una lista fascinante. Si uno observa el populismo actual de derecha, se advierten justo estos cultos al pasado y a la tradición, la hostilidad a cualquier forma de crítica, el temor a las diferencias y el racismo, los orígenes de la frustración social, el nacionalismo y la fe ferviente en las conspiraciones, la visión de que el el “pueblo” es una élite, el papel del líder al decirle a sus seguidores lo que es verdad, la voluntad de poder y el machismo.
Este mismo mes, Trump calificó a los inmigrantes como “animales”, amenazó con un “baño de sangre” si no ganaba el próximo noviembre en las elecciones para la presidencia de Estados Unidos y elogió a los insurrectos del 6 de enero de 2021 como “patriotas increíbles”. Sabemos que él y sus partidarios pretenden llenar la burocracia y el poder judicial con personas que, de forma personal, son leales a él y criticar al sistema legal por obligarlo a rendir cuentas: él, después de todo, está por encima de la ley. Y lo que no es menos importante, convirtió al Partido Republicano en algo suyo.
Sí, los movimientos de la actualidad también son diferentes de los de las décadas de 1920 y 1930. Trump no está glorificando la guerra, salvo las económicas y comerciales, pero sí glorifica a Putin, a quien llamó “genio” por su invasión a Ucrania. Los políticos europeos con raíces en el pasado fascista también son variados; sin embargo, ellos también comparten muchas características del ur-fascismo, en particular el tradicionalismo, el nacionalismo y el racismo, pero carecen de otras, como la glorificación de la violencia.
El fascismo de Alemania o Italia de las décadas de 1920 y 1930 no existe ahora, tal vez con excepción en Rusia, pero lo mismo puede decirse de otras tradiciones. El conservadurismo no es lo que era hace un siglo, como ocurre con el liberalismo y el socialismo. Las ideas y propuestas concretas de las tradiciones políticas cambian con la sociedad, la economía y la tecnología. Eso no es ninguna sorpresa, pero estas tradiciones todavía tienen un núcleo común de actitudes hacia la historia, la política y la sociedad. Esto también se aplica al fascismo. La historia no se repite, pero rima. Está rimando ahora. No seamos complacientes. Es peligroso dejarse llevar por el fascismo.