Cuando crecía en Niagara Falls, Ontario, James Cameron idolatraba al explorador oceánico francés Jacques Cousteau. Aficionado a la ciencia ficción y fascinado por los viajes espaciales, Cameron encontraba algo de otro mundo en las deslumbrantes imágenes submarinas de los especiales de televisión de Cousteau.
“Los programas de Cousteau me entusiasmaron con la idea de que había un mundo extraño aquí mismo, en la Tierra”, dijo en una conferencia de Ted Talk en 2010.
Cameron, de 68 años, no ha dejado de pensar en océanos y mundos alienígenas desde entonces. En la década de 1980 dirigió Aliens: El Regreso (Aliens) y la epopeya submarina El Abismo (The Abyss). Más tarde llegó Titanic (1997), que en ese entonces se convirtió en la película más taquillera de todos los tiempos, con 2 mil 202 mdd, hasta que Cameron rompió su propio récord de taquilla con la épica de ciencia ficción en 3D Avatar, que recaudó 2 mil 800 millones de dólares (mdd) tras su estreno en diciembre de 2009.
Su más reciente cinta, Avatar: El camino del agua (Avatar: The Way of the Water), es la exploración definitiva de Cameron de un mundo submarino alienígena. Después de 13 años de trabajo y un costo estimado de 350 millones de dólares, gran parte de la acción de la secuela transcurre en los océanos de Pandora, la exuberante luna habitada por humanoides Na’vi azules de 10 pies de altura (aproximadamente 3 metros).
El director es conocido por sus elaboradas producciones de alto presupuesto, entre las que El camino del agua es una empresa clásica de Cameron. “Al diseñar los océanos de Pandora, sabíamos que teníamos un reto enorme”, dice Dylan Cole, diseñador de coproducción de la película. “Para empezar, nuestro director, James Cameron, sabe más que nadie sobre el océano”, afirma.
Y no es una exageración. Cameron, ávido buceador y explorador de los océanos, filmó los restos del Titanic y del Bismarck. Hasta navegó en un submarino, diseñado por él mismo, para llegar al fondo de la Fosa de las Marianas, el lugar más profundo de la Tierra.
Entonces, no es de extrañar que no reparara en gastos a la hora de filmar las escenas submarinas de El camino del agua. Cameron podría haber optado por rodarlas “dry for wet”, es decir, que los actores actuaran en el set y los efectos oceánicos se añadieran después. “Pero Jim quería veracidad en su actuación”, explica Jon Landau, productor de cine que trabaja con Cameron desde hace décadas. “Así que decidimos construir un enorme tanque de agua donde los actores pudieran entrar e interpretar sus escenas”.
Los tanques tenían 30 pies de profundidad (aproximadamente 9.14 metros) y se construyó una máquina para producir olas gigantes con el fin de crear picos de dos metros de altura. Se trajo a un experto en buceo libre (sin equipo), Kirk Krack, para que ayudara a los actores a aprender a aguantar la respiración durante largos tramos; la actriz Kate Winslet —para Titanic— fue capaz de estar unos siete minutos sin respirar mediante una técnica llamada apnea estática.
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Este es el tipo de atención al detalle lo que define el proceso de filmación de James Cameron. “Creo que es (una búsqueda por) la perfección”, dice Landau. “Jim hace algo hasta que lo hace bien”.
Rich Gelfond, director ejecutivo de IMAX, vió de cerca la búsqueda de la perfección de Cameron. El cineasta pasó tres meses en las oficinas de Gelfond estudiando cada detalle del funcionamiento de las cámaras 3D, que más tarde aplicaría en Avatar.
“Para mucha gente, tener la cinta número uno de todos los tiempos (en dos ocasiones) sería suficiente, pero Jim siempre se pone el listón más alto”, dice Gelfond.
Sin embargo, a pesar de su historial de gastar mucho y ganar más, algunos escépticos en Hollywood se preguntan si sus elaborados métodos darán frutos en la era del streaming. La nueva película, de unas tres horas de duración, recaudó 550 mdd en taquilla en su primer fin de semana a nivel mundial, una cifra saludable, pero aún insuficiente para que sea considerada rentable.
Cuando él era un adolescente, el padre de Cameron mudó a la familia de Canadá a La Brea, California, a unos 90 minutos al sureste de Hollywood. Cameron dejó la preparatoria sin obtener el diploma y empezó una existencia que parecía rechazar la vida de empleado administrativo de oficina que su padre, un ingeniero, se había labrado.
Trabajó como operador de maquinaria y herramientas durante un tiempo, condujo un camión y se casó con una mujer que trabajaba como mesera en Bob’s Big Boy; fue el primero de sus cinco matrimonios. “Me convertí en una persona de clase obrera”, contó a The New Yorker en 2009. “Pero pensaba constantemente como artista, así que pinto, dibujo, escribo, y pienso en efectos visuales y en hacer películas”.
Al final encontró el camino hacia el legendario director de películas de serie B Roger Corman, que ayudó a lanzar las carreras de los entonces futuros directores, como Francis Ford Coppola. Cameron diseñó las naves espaciales de Batalla más allá de las estrellas (Battle Beyond the Stars), una imitación de La guerra de las galaxias (Star Wars), que Corman admiraba.
Cameron había encontrado su vocación. “El cine era la mejor manera de conciliar mi necesidad de contar historias y crear imágenes”, dijo en 2010. Ya plantado en los sets, dejaría su huella en Hollywood en 1984 con Terminator, el clásico de ciencia ficción protagonizado por Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton. Cameron hizo la película con un presupuesto de alrededor de 6 mdd y recaudó 80 mdd en taquilla.
Casi 40 años después, sigue trabajando a tope. Cameron tiene previsto un total de cinco películas de Avatar; la tercera ya se filmó y se está trabajando en la cuarta. Y aunque la industria cinematográfica sigue tambaleándose por el impacto del covid-19 y la popularidad del streaming, James Cameron planea ofrecer películas que exijan ser vistas en el cine.
“¿Por qué hace películas? Para la audiencia”, dice Landau. “Cada decisión creativa que Jim hace, toma a toma, está pensada para que sea vista en la gran pantalla. Él nunca ha olvidado a ese niño de 16 años que lleva dentro y al que le encanta ir al cine”.
SGS