¿Cuál es el futuro económico de China? Esta pregunta plantea muchas cuestiones concretas, sobre todo los persistentes desequilibrios macroeconómicos, la amenaza del declive de la población y el deterioro de las relaciones con partes importantes del mundo exterior, sobre todo con un Estados Unidos cada vez más hostil; sin embargo, bajo todas ellas subyace una más profunda: ¿se está desvaneciendo inexorablemente bajo Xi Jinping el “capitalismo comunista”, ese invento en apariencia contradictorio de Deng Xiaoping? ¿Se va a calcificar el régimen chino y, al final, se derrumbará, como ocurrió con la Unión Soviética?
Abordé algunas de estas cuestiones en una serie de columnas en 2023. La semana pasada, después de regresar de mi primera visita a Pekín y Shanghái desde 2019, volví a examinar los retos macroeconómicos estructurales de China y planteé mi preocupación por la posible reaparición de desequilibrios mundiales desestabilizadores. Esta semana me propongo abordar ese otro mucho mayor: ¿el xiismo está matando al dengismo? Varias de las personas informadas que conocí se mostraron muy pesimistas, sobre todo con las perspectivas del sector privado. Pero, ¿al final esos problemas se van a resolver, o no?
China’s World View, un libro recién publicado por David Daokui Li, un distinguido profesor de economía formado en Harvard que enseña en la Universidad de Tsinghua, arroja mucha luz sobre esta cuestión. Las personas interesadas en China, sean halcones (de línea dura) o palomas (de línea suave), deben leer este valioso texto.
Tal vez su observación más sorprendente es que desde 980 hasta 1840, el ingreso per cápita disminuyó. La antigua China estaba en una trampa malthusiana. Esta imagen es incluso peor que la que se muestra en la obra del fallecido Angus Maddison. Incluso después de 1840, esta sombría realidad no se hizo más brillante. Solo después de la “reforma y apertura” de Deng Xiaoping cambió la situación.
Al liberar la economía privada, confiar en las fuerzas del mercado y abrirse al mundo, Deng creó las condiciones para una transformación extraordinaria; sin embargo, al reprimir las demandas de democracia en la Plaza de Tiananmen en 1989, también reforzó el control del partido comunista. Inventó una nueva economía política: el resultado es la China actual.
¿Es también sostenible? El libro de Li responde con un claro “sí” a esta pregunta. En esencia, argumenta que el sistema político de China no debe verse como soviético, sino como una forma modernizada del Estado imperial tradicional chino. Este Estado es paternal, es responsable por el pueblo, pero no rinde cuentas ante él, excepto en un sentido fundamental: si pierde el apoyo de las masas, será derrocado. Su trabajo es proporcionar estabilidad y prosperidad, pero al hacerlo no intenta manejar todo desde el centro. Sería una locura en un país tan vasto descentralizar a niveles locales. Argumenta que el Partido Comunista debe ser considerado como el partido nacional de China.
Desde esta perspectiva, el régimen de Xi no representa una renuncia a los objetivos de la era Deng, sino más bien un intento de remediar algunos de los problemas creados por su dependencia del capitalismo a ultranza, es decir, la corrupción generalizada, la creciente desigualdad y el daño ambiental. Los problemas también incluyen las críticas de los nuevos plutócratas, en particular Jack Ma de Alibaba, a los ámbitos protegidos de la política y las políticas. Las autoridades chinas están tan preocupadas por los monopolios de plataformas y la inestabilidad de las finanzas como las occidentales. Sobre todo, sostiene Li, el desarrollo económico sigue siendo un objetivo fundamental. Lo que pasa es que ahora también hay otros, en particular el fortalecimiento del control del partido, el bienestar social, el desarrollo cultural y la protección del medio ambiente.
La era Deng dejó muchos desafíos. Parte de la culpa de esto recayó en la pasividad de la era de Hu Jintao y Wen Jiabao. Pero gran parte de eso se debe a la tendencia inherente hacia la corrupción de una economía de mercado que depende de la discrecionalidad administrativa; sin embargo, la tendencia de Xi a centralizar la toma de decisiones no mejoró las cosas. Se corre el riesgo de crear parálisis o una reacción exagerada: no dejar de depender rápido de las bienes raíces es un ejemplo de lo primero. No relajar a tiempo los confinamientos por el covid es un ejemplo de lo segundo. El manejo de una economía impulsada políticamente con múltiples objetivos es más difícil que la de una con el único objetivo de crecimiento. Las políticas enérgicas de Xi también deterioraron las relaciones con los responsables políticos occidentales.
Por tanto, es muy posible ver lo que está ocurriendo como un intento de abordar los difíciles legados de la era Deng en un entorno mundial mucho más complejo. También es posible argumentar que la reafirmación del control del partido por parte de Xi es racional. La alternativa de avanzar hacia un sistema jurídico independiente, con derechos de propiedad afianzados, y un sistema político más democrático, era demasiado arriesgada. En un país del tamaño y el nivel de desarrollo de China, pudo generar caos. La alternativa conservadora de Xi debe parecer mucho más segura, a pesar de que pueda acabar con la gallina de los huevos de oro de la economía, pero parece mucho más segura.
Al considerar las perspectivas de China, uno no debe enfocarse en la lista de problemas obvios, caída de los precios inmobiliarios, deuda excesiva, exceso de ahorro, envejecimiento de la población y hostilidad de Occidente. Todos ellos los puede resolver un país con los recursos humanos y el potencial de crecimiento de China, aunque con dificultades.
La cuestión más importante es si, en la era de centralización cautelosa y conservadora de Xi, el paso de Deng del estancamiento al crecimiento explosivo está condenado a volver al estancamiento. Si la gente llega a creer que el dinamismo del pasado reciente se perdió para siempre, se corre el riesgo de una espiral descendente de esperanzas frustradas, pero la fuerza de mil 400 millones de personas que desean una vida mejor es muy poderosa. ¿Se permitirá que algo la detenga? La respuesta, sospecho, todavía es “no”.