Una historia navideña acerca de escasez y cadenas de suministro

La festividad cristiana ofrece semejanzas con nuestros desafíos actuales; cuando los productos no aparecen y los servicios están prohibidos, parece que no queda nada por celebrar; sin embargo, sí lo hay

Para la gente de buena voluntad no es necesario que la oferta limite el compañerismo. Reuters
Consejo Editorial
Ciudad de México /

Mientras el mundo cristiano celebra el nacimiento de Jesús, tome un momento para saborear lo relevante que sigue siendo el evangelio para nuestra vida actual. No por motivos de religión, que ese es un asunto personal de cada lector. En su lugar, es la economía de la Natividad la que conlleva importantes lecciones para nuestros desafíos actuales. 

Después de todo, el censo que hace dos milenios obligó a un carpintero nazareno a regresar a su ciudad natal, con su esposa muy embarazada a cuestas, debe considerarse como una de las mayores disrupciones del mercado laboral, inducidas por la política de la historia, peor que el brexit, sin duda, aunque tal vez más breve.

Con los trabajadores dispersos por Tierra Santa, como los contenedores que languidecen en las afueras de Felixstowe o Long Beach, también hubo precursores de las penurias de la industria de la hotelería. ¿No hay sitio en la posada? En realidad, es posible que se hubiera podido encontrar una habitación si hubiera habido personal para prepararla. Pero habría sido imposible encontrar trabajadores cualificados cuando los funcionarios del censo los obligaron a viajar a casa justo cuando se iniciaba la temporada alta. Al menos benefició a la economía compartida del ecoturismo y a los que tienen establo y pesebre para poner la versión judaica de un Airbnb.

Y cualquiera que se esfuerce por conseguir todos los regalos de Navidad para los niños en este año de retrasos y disrupciones debe pensar en el niño Jesús, cuyos regalos —lo sabemos de muy buena fuente— llegaron con 12 días de retraso. Tal vez los Reyes Magos se retrasaron en un amontonamiento de caravanas cerca de Suez. 

Hablando de los 12 días de Navidad, el villancico homónimo puede servir de análisis de riesgo para el reto logístico de los suministros navideños de los hogares modernos. Cuenta una historia de dos mitades. Si no quieres que tu Navidad se trunque en alguna de las siete primeras estrofas —que celebran una colección de aves de corral, de caza y ornamentales— debiste asegurarte de hacer el pedido en verano.

Los precios en Estados Unidos de las aves de corral menos comunes —como los gansos y los patos— se dispararon hasta alcanzar los niveles más altos en registro. Los pavos también cuestan más que nunca. Y eso si se puede conseguir uno, pues los granjeros británicos produjeron un millón menos de aves este año que el anterior. (Pero no te preocupes por el verso cinco: siempre se puede conseguir oro, por un precio).

Los últimos cinco versos del villancico, en cambio, apuntan a la elección del padre de familia inteligente para una Navidad con restricciones de suministro. Con los alimentos y las mercancías atrapadas en las cadenas de valor que se vieron disrumpidas y los problemas logísticos persistentes en la actualidad, ¡compra experiencias en su lugar! Desfiles, acrobacias y música: ¿qué no puede gustar? Con los hoteles y restaurantes que se desploman por la falta de negocio a causa de la incertidumbre que genera la variante de coronavirus ómicron, seguramente no debe ser un problema contratar a los trabajadores de servicios despedidos para una extravagancia navideña, incluso para aquellos que dejan la planeación para el último minuto.

Excepto, por supuesto, que en muchos lugares ese tipo de festividades quedaron descartadas por las restricciones de salud pública para evitar más contagios de covid-19. Incluso el gobierno de Reino Unido tendrá dificultades para hacer pasar la presencia de un número de dos dígitos de bailarines, tamborileros y gaiteros como algo más que una fiesta.

Esto puede tentar a los dirigentes a titubear antes de aprobar políticas que parezcan que son para “cancelar la Navidad”. Cuando los productos no aparecen y los servicios están prohibidos, puede parecer que no queda nada para los que quieren celebrar la festividad; sin embargo, en realidad, sí lo hay.

Hay que aferrarse al contenido más mundano de la natividad, que los cristianos y los no cristianos pueden apreciar por igual: una familia que pasa tiempo junta, que se regocija en su amor mutuo y en la felicidad de la infancia. Las mejores experiencias no se tienen que comprar. Y para los hombres y mujeres de buena voluntad, no es necesario que la oferta limite el sentimiento de compañerismo.


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