Donald Trump cree que los aranceles tienen propiedades mágicas. Incluso afirmó en su discurso en el Economic Club de Nueva York el mes pasado que detuvo “guerras con la amenaza de aranceles (...) guerras con dos países de gran importancia”. Tan grande es su fe que propuso aumentar los gravámenes al 60 por ciento para las importaciones de China y 20 por ciento para las del resto del mundo. Incluso sugirió una tasa de ciento por ciento para las de países que amenazan con alejarse del dólar como su moneda global de preferencia.
¿Se pueden defender políticas tan disruptivas? En un artículo en The Atlantic, Oren Cass, editor colaborador de Financial Times, argumenta que los economistas que critican las propuestas de Trump ignoran los beneficios. En particular una “externalidad” importante, que los consumidores que compran bienes extranjeros “no considerarán la importancia más amplia de fabricar cosas en EU”. Los aranceles pueden compensar esta externalidad, al convencer a la gente a comprar productos locales y emplear a estadunidenses.
Sin embargo, como escriben Kimberly Clausing y Maurice Obstfeld en el Instituto Peterson de Economía Internacional, no basta con argumentar que pueden derivarse algunos beneficios. Para justificar las propuestas de Trump hay que evaluar los costos de las medidas, la escala de los supuestos beneficios y, sobre todo, si estas medidas serán la mejor manera de alcanzar los objetivos deseados. Por desgracia, los costos son enormes, los beneficios dudosos y las medidas inferiores a las opciones.
Los aranceles son un impuesto a las importaciones. Trump parece creer que lo pagarán los extranjeros. Algunos argumentan, en apoyo, que los efectos inflacionarios de las tasas eran imposibles de identificar. Eso es muy discutible. En cualquier caso, las nuevas propuestas, en palabras de Clausing y Obstfeld, “se aplicarán a más de ocho veces más importaciones que su última ronda (alrededor de 3.1 billones de dólares con base en los datos de 2023)”.
Si el costo del arancel recayera sobre los proveedores extranjeros, el precio para los consumidores estadunidenses no se vería afectado. Si fuera así, ¿por qué el arancel debe provocar un renacimiento de las empresas estadunidenses que compiten con las importaciones? Todo lo que hará será reducir las utilidades y los salarios de los proveedores extranjeros.
¿Y cuáles son los beneficios? El periodista francés en materia de economía del siglo XIX Frédéric Bastiat hablaba de “lo que se ve y lo que no se ve”. En política comercial, esta distinción es vital. Un impuesto a las importaciones es también un impuesto a las exportaciones. Esto solo se debe en parte a que los aranceles son una carga para los exportadores que dependen de insumos importables. También a que la demanda de divisas caerá y el tipo de cambio del dólar aumentará si los aranceles reducen las importaciones, como se espera. Eso hará que las exportaciones sean menos competitivas. Por tanto, los aranceles extremadamente altos que propone Trump se van a inclinar a expandir las industrias de sustitución de importaciones menos competitivas, pero contraerán las exportadoras altamente competitivas. Ese parece ser un negocio malo. Las represalias extranjeras contra las exportaciones estadunidenses exacerbarán este daño.
Es crucial agregar que la economía estadunidense está ahora cerca del pleno empleo. Por tanto, cualquier traslado de mano de obra hacia la industria de sustitución de importaciones se hará a expensas de otras actividades. De hecho, esta es una de las diferencias más importantes con el arancel McKinley de 1890 que adora Trump. Después de 1880, la población rural inundó las áreas urbanas a medida que la industria se expandía. Además, entre 1880 y 1900, casi 9 millones de inmigrantes ingresaron a EU, un poco menos de una quinta parte de la población inicial. Esto equivale a 60 millones de inmigrantes en los siguientes 20 años. Ahora no existe una oferta de mano de obra nueva de ese tipo. Trump propone eliminar a millones de indocumentados.
El propio Trump parece creer que los aranceles altos y las importaciones más bajas mejorarán los déficits externos de EU. Pero esto último es en parte la imagen en espejo de la entrada de capitales. Una de las razones de esta entrada es que los extranjeros quieren usar el dólar, algo que Trump está desesperado por mantener. Otra razón es el exceso de demanda interna, que hoy es en gran medida la contraparte del déficit fiscal, que también busca continuar.
Por último están los supuestos beneficios de estos elevados aranceles para la clase trabajadora. Una propuesta que presentó Trump es que los ingresos arancelarios pueden reemplazar al impuesto sobre la renta. Eso es un disparate. Si se hiciera el intento, programas de gran importancia para los estadunidenses comunes, como Medicare, pueden colapsar. Según otro artículo de Clausing y Obstfeld, el arancel maximizador de ingresos de 50 por ciento solo generará 780 mil millones de dólares, menos de 40 por ciento de los ingresos provenientes del impuesto sobre la renta.
Los aranceles de Trump son, en resumen, una idea grotesca: ayudarán a los sectores menos competitivos de la economía, mientras que dañarán a los más competitivos; perjudicarán a muchos de sus propios partidarios y causarán graves daños al comercio internacional, la economía mundial y las relaciones internacionales.
Sí, hay razones para aplicar intervenciones industriales específicas, pero los muros arancelarios de Donald Trump son justo lo opuesto. Será mucho mejor contar con subsidios específicos y transparentes. Debemos esperar que esta nueva guerra comercial nunca comience.