Cuando el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, se reunió con su homólogo estadunidense, Joe Biden, en Washington para sostener conversaciones bilaterales a principios de este mes, hubo un importante avance relacionado con la energía: López Obrador reconoció por fin públicamente la inevitabilidad de la próxima transición energética.
Para un político dedicado durante mucho tiempo a la crucial importancia de los combustibles fósiles en la matriz energética mexicana, este es un cambio muy importante. El Presidente sueña con volver a la década de 1970, cuando un enorme hallazgo de crudo se traducía en soberanía energética y en ingresos significativos. El colapso de la producción petrolera durante una generación elevó la dependencia mexicana de las importaciones de energía de EU e impulsó reformas para promover la inversión privada en energía. Las políticas de López Obrador están diseñadas para revertir ambas tendencias.
Aunque el Presidente reconoció la necesidad de planear un futuro más verde, este cambio de rumbo tiene sus límites. No significa que vaya a modificar su determinación de reconstruir las compañías estatales de petróleo y electricidad de México, Pemex y la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Tampoco significa que vaya a dar marcha atrás en su exigencia de que la inversión privada en energía solamente se produzca en asociación con cualquiera de las dos y que las empresas estatales controlen cualquier alianza estratégica de este tipo.
Sin embargo, la nueva visión de López Obrador sobre las energías limpias deberá abrir la puerta a más inversiones en renovables. También puede ayudar a México a atraer inversiones de compañías extranjeras con compromisos que les obliguen a abastecerse de un porcentaje cada vez mayor de electricidad procedente dichas fuentes.
Sin embargo, esta mayor oportunidad para las energías renovables en México posiblemente no se extienda a las compañías dedicadas a este rubro de todo el mundo. El llamado de López Obrador en Washington a una mayor integración económica de América del Norte profundizará la ya abrumadora dependencia de México respecto a Estados Unidos. Esto, junto con las políticas energéticas nacionalistas que contravienen directamente los términos del acuerdo de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), ayuda a explicar su decisión de negociar directamente con las empresas estadunidenses de energía.
No existe una lógica similar para el caso de las empresas europeas. Incluso mientras López Obrador se reúne con los responsables de las firmas estadunidenses para resolver los retos operativos del nacionalismo energético mexicano, el regulador de energía del país sigue negando los permisos de operación a las instalaciones eólicas y solares de Europa.
Este nacionalismo combinado con el tratado de libre comercio parece estar creando un favoritismo para las compañías de Estados Unidos de energía y, de paso, una profundización del regionalismo norteamericano.
Al mismo tiempo, es poco probable que la mera aceptación de López Obrador de que está en marcha una transición energética resuelva por sí sola el cuello de botella eléctrico de México. Cualquier aumento de la inversión en energías limpias se verá inevitablemente limitado por el requisito de que los inversores privados operen con la Comisión Federal de Electricidad. También se verá limitado por una profunda falta de confianza en el clima de inversión general en el país.
El enfoque revisado del presidente López Obrador sobre la inversión en energías renovables tal vez le permita evitar las impugnaciones directas de Estados Unidos a su estrategia energética en virtud de las disposiciones del tratado de libre comercio. Pero no se traducirá en una inversión suficiente para producir un suministro de electricidad confiable, barato y limpio que satisfaga las necesidades de una economía en crecimiento.
La reunión EU-México generó cierta esperanza para mejorar las relaciones bilaterales y elevar oportunidades de inversión en energías renovables estadunidenses no así para las europeas.
*La autora es profesora de la Universidad del Sur de California y asesora de Monarch Global Strategies