Una de las principales lecciones económicas de la última década es que la austeridad no funciona. Como descubrieron países que van desde Grecia hasta Reino Unido, no se puede crear crecimiento cuando tanto el sector privado como el público recortan el gasto. Las matemáticas simplemente no funcionan.
Si bien los políticos y el público en gran medida llegaron a abrazar este conocimiento, los responsables de la creación de políticas económicas y mercados financieros no lo han hecho hasta ahora.
El nombramiento la semana pasada de Martín Guzmán, un crítico de la austeridad, como el nuevo ministro de Economía de Argentina, y la posterior estabilización tanto en el precio de los bonos argentinos como del peso, marca un importante punto de inflexión en la creencia popular sobre cómo arreglar naciones que están quebrando. También marca otro paso en el mayor cambio económico más importante de nuestros tiempos, la transición de una era de acumulación de riqueza que comenzó en la década de 1980, a uno de distribución de riqueza.
A primera vista, podría parecer que el optimismo del mercado en torno a Guzmán no tiene sentido. Después de todo, es alguien que argumentó a favor de reglas que harían que fuera más difícil el pago a algunos acreedores (corto plazo).
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Economista de la Universidad de Columbia y protegido del galardonado con el Premio Noble y crítico del FMI, Joseph Stiglitz, Guzmán entiende que si las naciones con dificultades necesitan suficiente respiro para crecer. Si están atrapados en programas poco realistas de pago de deuda, es más probable que caigan una vez más en los incumplimientos de pagos. Él coeditó un libro con su mentor en el que se argumenta que la reestructuración de la deuda soberana suele ser pequeña y a llegar un poco tarde, lo que es una de las razones por las que a más de la mitad de ellas les sigue otra reestructuración o incumplimiento de pago en un espacio de tres a siete años.
Si Guzmán se saliera con la suya, sería mucho más difícil para inversores como Paul Singer caer de sorpresa y obtener un rendimiento de 1,270 por ciento de la deuda de los países sobrecargados. Lo logró en 2016 tras una batalla legal de 14 años con Argentina que superó la negociación de los tenedores de 92 por ciento de los bonos del país que se habían conformado con un pacto menos lucrativo.
Guzmán abogó por un tribunal internacional de quiebras que haría imposible a los “acreedores deshonestos” utilizar el arbitraje legal para meterse a la fila de crédito y exprimir a los países a expensas de otros titulares de deuda y poblaciones nacionales asediadas.
Ese es un cambio importante de mentalidad. La manera convencional de hacer frente a las crisis soberanas en los últimos 40 años, como lo han hecho el FMI y el Banco Mundial, ha sido dar prioridad a los intereses de los acreedores privados sobre todos los demás, incluidos los ciudadanos. Pero esta estrategia tiende a conducir a situaciones como la que hemos presenciado en Grecia, donde los esfuerzos para hacer que la deuda sea más “sostenible” resultó en una caída de 25 por ciento en el producto interno bruto. Eso no solamente reduce la probabilidad de pago, sino que crea una polarización política que aleja aún más los intereses de políticos y acreedores.
Hasta ahora, ha habido una gran brecha entre aquellos que creen en la “disciplina fiscal” y los tipos de políticas más progresistas que quieren reconocer la dolorosa realidad que la austeridad puede crear para los ciudadanos promedio.
Guzmán puede, de hecho ser capaz de cerrar esa brecha. “Lo que pasa con Martín es que es excelente con los modelos matemáticos y la alta teoría (del tipo que aman los economistas ortodoxos y los mercados), pero también le interesa cambiar las cosas en el mundo real”, dice el profesor Stiglitz. De hecho, en los últimos años, ha dividido su tiempo entre la vida académica en Nueva York y la realidad más desordenada en el campo en Argentina.
Eso también representa un importante reequilibrio. Durante demasiado tiempo, la profesión económica ha tenido envidia física, recompensando y promoviendo a personas que son mejores en matemáticas que en moralidad. Pero la brecha entre la torre de marfil y el mundo real llevó a la profesión a extraviarse.
Gran parte de la creencia popular neoliberal de los últimos 40 años ha asumido una especie de perfección del mercado que nunca existió realmente. Las crisis de la deuda son desordenadas, y asumir una sola verdad narrativa sobre la mejor manera de lidiar con las naciones “derrochadoras” y las crisis crediticias es tomar decisiones de política que, al final, dejarán a todos más pobres.
Gracias a inventos como el Colisionador de Hadrones, los físicos ahora pueden ver cómo se desarrollan sus teorías en el mundo real. Martín Guzmán tendrá una oportunidad similar, en Argentina, de mostrarle al mundo si un enfoque económico más heterodoxo puede funcionar. Ya se ha estado moviendo rápidamente para tratar de resolver las negociaciones de la deuda para que el país pueda crecer de nuevo, que es el único resultado que permitirá pagar a sus acreedores.
Esta vía no solo lleva a la economía en la dirección correcta, sino que también lleva nuestro pensamiento sobre la economía política (y subrayo la palabra política) en la dirección correcta. Los eventos reales no suceden en una caja negra. En el mundo real, existen ramificaciones reales -tanto económicas como políticas- cuando se permite a los acreedores colarse en la fila antes de los jubilados.
Obviamente, países muy endeudados como Argentina no pueden tener todo lo que quieren. Pero el sector privado tampoco. Es un balanceo necesario del péndulo. En la actualidad hay más deuda en el mundo que antes de la crisis financiera de 2008. Es solo que ahora, los gobiernos tienen una responsabilidad por mucho más de ella. Ayudarlos a encontrar una mejor manera de pagarla será en el interés de todos.
Académico
Guzmán es profesor de la Universidad de Columbia y coautor con el premio Nobel Joseph Stiglitz.
Tesis
El ministro sostiene que se deben reperfilar los vencimientos de la deuda, incluyendo los intereses.
MRA