¿Qué es la libertad y por qué es importante? La respuesta de Timothy Snyder es que “es el absoluto entre los absolutos, el valor de los valores. Esto no se debe a que sea la única cosa buena ante la que todos los demás deben inclinarse. Se debe a que es la condición en la que las cosas buenas pueden fluir dentro de nosotros y entre nosotros”.
Esto suena abstracto, pero no lo es. Snyder sabe lo valiosa y frágil que es la libertad porque ha estudiado e incluso ha visto en Ucrania lo que le sucede a la gente cuando los brutos se la arrebatan.
Profesor de Yale, Snyder es uno de los historiadores más destacados de Europa central y oriental. Entre sus numerosos libros se encuentran Bloodlands: Europe Between Hitler and Stalin (Tierras de sangre: Europa entre Hitler y Stalin) ―que explica cómo esos monstruos se alimentaban uno al otro― y On Tyranny: Twenty Lessons from the Twentieth Century (Sobre la tiranía: Veinte lecciones del siglo XX), que nos dice hacia dónde nos dirigimos.
No es un académico de una torre de marfil. Busca hacer del mundo un lugar mejor a través de sus libros y su Substack, que es notablemente claro en cuanto al neofascismo del Partido Republicano de Donald Trump.
Su conocimiento de la tiranía es invaluable para analizar la libertad, pero el libro de Snyder va mucho más allá de la historia. Analiza el pensamiento de Edith Stein, una filósofa judía alemana que se convirtió al catolicismo y murió en Auschwitz. Cita a la filósofa francesa Simone Weil, a los disidentes Václav Havel y Adam Michnik, y al principal crítico de Karl Marx, Leszek Kolakowski. Incluye sus propias experiencias desde su hogar en Ohio hasta sus estudios en Europa central y oriental, enseñando en una prisión estadunidense y estando en Ucrania durante la guerra genocida de Rusia. Todo esto hace que Sobre la libertad sea intelectualmente rico, pero a la vez personal.
La imprevisibilidad es una forma de libertad. Las personas libres deben poder hacer y pensar lo que deseen, no solo lo que quieren los gobernantes.
Su libro On Freedom parte de una convicción apasionada de que la libertad no es negativa —y por lo tanto definida por la ausencia de restricciones externas—, sino positiva, y definida por lo que somos capaces de hacer. Esto último, a su vez, depende de lo que obtenemos de los demás. Para Snyder, la capacidad de reconocer a los demás como seres como nosotros es la base de la libertad. Sin eso, trataremos a los demás como objetos, no como sujetos, y terminaremos en la tiranía.
Por tanto, argumenta, “hacemos posible la libertad no rechazando al gobierno, sino afirmando la libertad como guía para un buen gobierno”. Políticamente, libertad significa democracia. Una democracia de ciudadanos iguales es incompatible con una oligarquía protegida por la “libertad negativa”. Si, como en EU en la actualidad, la ley dice que el dinero es expresión y las corporaciones son personas, crea una plutocracia, entonces “libertad” se convierte en sinónimo de privilegio.
¿Qué significan estos puntos en la práctica? La respuesta es que “la conexión entre la libertad como principio y como práctica son las cinco formas de libertad: la soberanía, o la capacidad aprendida de tomar decisiones; la imprevisibilidad, el poder de adaptar las regularidades físicas a los propósitos personales; la movilidad, la capacidad de moverse a través del espacio y el tiempo siguiendo valores; la facticidad, el control del mundo que nos permite cambiarlo, y la solidaridad, el reconocimiento de que la libertad es para todos”.
En conjunto, estas “formas” hacen que los que somos los afortunados de vivir en democracias liberales seamos miembros libres de una sociedad libre.
Como hijo de refugiados de Hitler que creció durante la Guerra Fría, sé lo que esto significa, al igual que Snyder. Cabe destacar que todas estas formas dependen de las acciones de otros. No se pueden lograr por individuos por sí solos.
Como señala Snyder, “los bebés que se quedan solos no aprenden nada”. Los niños no pueden adquirir la personalidad y el conocimiento necesarios para ser miembros libres de una sociedad libre por su cuenta. Su logro de la soberanía individual depende de lo que hagan los demás, pero la capacidad de los adultos para actuar libremente también depende de la honestidad y competencia de los jueces, policías, funcionarios y todos aquellos que pagan sus impuestos y realizan trabajos vitales.
La imprevisibilidad es una forma de libertad. Las personas libres deben ser capaces de hacer y pensar lo que deseen, no solo lo que los gobiernos quieren. Eso es lo que las tiranías buscan evitar. Quieren hacer que las personas sean predecibles. La pantalla digital, sostiene Snyder, busca lograr el mismo resultado.
La movilidad es el reto para las personas maduras, dice Snyder. Una sociedad libre debe ser móvil, pero, enfatiza, la movilidad incluye la movilidad social. Una oligarquía hereditaria es lo opuesto.
Esto motiva la hostilidad de Snyder con respecto a la libertad negativa, la idea de que uno es libre una vez que se libera de las restricciones impuestas por los gobiernos. Esta perspectiva es solipsista y, por lo tanto, “antisocial”. En EU, argumenta, la “elevación de la libertad negativa en la década de 1980 marcó un tono político que perduró hasta bien entrado el siglo XXI”. El propósito del gobierno no era “crear las condiciones de libertad para todos, sino eliminar barreras para ayudar a los ricos a consolidar sus ganancias”.
Además, “a medida que más se concentraba la riqueza, más limitada era la discusión, hasta que, en efecto, la palabra libertad en inglés estadunidense pasó a significar poco más que el privilegio de los estadunidenses ricos de no pagar impuestos, el poder de unos cuantos oligarcas para dar forma al discurso y la aplicación desigual del derecho penal”.
La veracidad no es un arcaísmo ni una excentricidad, sino una necesidad para la vida y una fuente de libertad.
Snyder reprueba el populismo que propone Trump y lo califica como “sadopopulismo”. El verdadero populismo, sostiene, “ofrece cierta redistribución, algo que el Estado le da a la gente; el sadopopulismo ofrece el espectáculo de que otros están más desfavorecidos”.
Basarse en hechos es fundamental: ni un individuo ni un colectivo pueden tomar decisiones sin información. “La veracidad”, argumenta Snyder, “no es un arcaísmo ni una excentricidad, sino una necesidad para la vida y una fuente de libertad”. Las mentiras deliberadas, como las que Trump y J. D. Vance han estado diciendo sobre cómo los inmigrantes haitianos en Ohio se comen a las mascotas, son una burla a la democracia y, por lo tanto, a la libertad. Vladimir Putin es hoy el maestro de esas mentiras.
Los valores pueden diferir, pero para que la política funcione, es necesario que haya algún acuerdo sobre los hechos. Aquí la dificultad, señala Snyder, no solamente son los políticos manipuladores, sino los medios digitales. Los ingresos publicitarios necesarios para sostener el periodismo, especialmente el periodismo local, fueron devorados por los gigantes digitales. El periodismo de investigación en gran medida desapareció, y la política se ahoga en una ola de conspiraciones y mentiras.
Y, no menos importante, argumenta Snyder, debe haber solidaridad. Esto se desprende de su proposición más fundamental de que soy libre porque los demás son libres. Esto es lo que hace que funcionen los vínculos de ciudadanía, de los que depende la libertad. Si estoy en mejor situación que otros, tengo la obligación de pagar los impuestos de los que depende la libertad de los demás. En el límite, significa luchar en defensa de las libertades de su país, como lo hacen los ucranianos. Como insiste Snyder: “Moral, lógica y políticamente, no hay libertad sin solidaridad”.
En On Freedom no se reconoce que los mercados competitivos son a la vez una forma y una fuente de libertad. Sin embargo, Snyder no es hostil a los mercados. Por el contrario, insiste con razón en que “son indispensables y nos ayudan a hacer muchas cosas bien, pero depende de la gente decidir cuáles son esas cosas y bajo qué parámetros los mercados sirven mejor a la libertad”.
Snyder tiene razón en lo que es más importante. Entiende que la libertad significa elegir entre valores en pugna y aceptar el desacuerdo, respetando al mismo tiempo las reglas democráticas sobre cómo gestionarla, pero la libertad no significa dar a los ricos el derecho a comprar elecciones ni a los poderosos el derecho a destruir los votos de la gente que no les gusta. La libertad es un don precioso. Tenemos que defenderla.