Oro: una búsqueda de 50 años por la estabilidad monetaria

La nostalgia está equivocada y fuera de lugar, ya que el metal y todos sus equivalentes digitales no son rivales para la regulación y la confianza entre países

La paridad de 35 dólares por onza fue fundamental para el sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods. L. Foeger/Reuters
Consejo Editorial
Londres /

Esta semana se cumplen 50 años desde que el presidente Richard Nixon anunció al mundo que Washington ya no canjearía dólares estadunidenses por oro. La paridad de oro, fijada en 35 dólares por onza, fue fundamental para el diseño del sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods de la posguerra. El “Nixon shock” (la conmoción Nixon) eliminó ese pilar, y el sistema pronto se deshizo por completo, iniciando un periodo caótico de tipos de cambio inestables y alta inflación.

Nadie debería llorar por el patrón oro. La “reliquia bárbara”, como es famoso que la denominó Keynes, se había tardado en retirarse. El compromiso colectivo con la estabilidad, no un precio arbitrario por un metal, hizo que Bretton Woods funcionara tanto tiempo como lo hizo. El shock de Nixon tampoco fue sin precedente; Franklin Roosevelt estableció la paridad de 35 dólares en sí misma después de que devaluó el dólar al romper una paridad del oro anterior. La nostalgia por el oro está equivocada y fuera de lugar.

La política monetaria y financiera mundial posterior a 1971 ha sido una búsqueda para restaurar la estabilidad perdida que el sistema había proporcionado. Los bancos centrales tardaron un cuarto de siglo en dominar las metas de inflación como estrategia de política para garantizar precios internos estables. Incluso ese éxito no garantizó una estabilidad financiera amplia, como lo demostraron las burbujas de activos y las crisis financieras desde la década de 1980, y aún puede ser posible deshacerlo con las tasas bajas y el alto nivel de deuda actual.

La estabilidad internacional ha sido más difícil de alcanzar. Si bien los economistas y responsables de las políticas aumentaron su comprensión de los tipos de cambio flotantes a medida que avanzaba el “no sistema” posterior a 1971, pocos se han sentido cómodos con ellos. No brindan la independencia monetaria que una vez parecieron prometer, ni aíslan la economía real de las conmociones financieras; a veces las amplifican.

Los gobiernos han aplicado varias estrategias para limitar las fluctuaciones del tipo de cambio. El mayor salto se produjo en la zona de la moneda única de la Unión Europea. La unificación monetaria es poco realista para otras economías, y los sistemas de vinculación formal de monedas separadas han demostrado ser inviables.

Incluso las economías más grandes han creído necesario contener las fluctuaciones monetarias, desde el acuerdo de Plaza de 1985 para reducir el alza del dólar, hasta las preocupaciones de Washington sobre la manipulación de la moneda.

Podemos estar condenados a vivir con menos estabilidad de la que nos gustaría. Bretton Woods dependía de controles estrictos sobre los flujos de capital transfronterizos que no pueden ni deben regresar: la economía mundial integrada depende de la facilidad de los flujos financieros fáciles y, en general, es mejor tenerlos. Pero la búsqueda de medio siglo por un reemplazo de Bretton Woods que se adapte a nuestros tiempos todavía puede ir más allá.

Cincuenta años después, el atractivo del oro persiste, ahora en la falsa promesa de que los criptoactivos pueden dar más estabilidad que el dinero del banco central. La lección al desaparecer Bretton Woods es lo opuesto: el oro y sus equivalentes digitales no son rival para la regulación y la confianza entre países.


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