Si les dijera que hice 17 propósitos para el nuevo año -desde trabajar más y hacer más ejercicio hasta pasar más tiempo con mi familia- probablemente sentirían que me muestro demasiado ambicioso. Si les explicara que dividí mis objetivos en 169, podrían llegar a la conclusión de que soy excesivamente meticuloso y que estoy condenado al fracaso.
Sin embargo, ese es precisamente el número de objetivos que el mundo se fijó en 2015, cuando 193 países acordaron en la Asamblea General de la ONU los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para mejorar el planeta y la calidad de la vida humana en él. Aunque se otorgaron 15 años, también se estaban preparando para una derrota.
Sin duda, a medida que superamos la mitad del camino hacia 2030, es posible que no les sorprenda saber que el planeta Tierra se desvió de sus resoluciones. La ONU publicó un informe de progreso en julio, en el que advierte que los ODS están “en peligro”, con apenas el 12 por ciento de los objetivos bien encaminados.
En un estudio independiente de Accenture se muestra que “solamente el 49 por ciento” de 2,800 líderes empresariales cree que para el año 2030 se van a alcanzar los ODS. Con objetivos estipulados como “poner fin a todas las formas de discriminación contra todas las mujeres y niñas en todo el mundo” (redoblar en Afganistán), todo lo que puedo decir es que es bueno ver que el optimismo se mantiene vivito y coleando en el sector empresarial.
Se puede ver por qué surgieron los objetivos de desarrollo sostenible, una extensión de los objetivos de desarrollo del milenio -que se fijaron en el año 2000 y de los que, por suerte, solamente se fijaron ocho- tienen su razón de ser. La idea era mostrar un espejo al mundo y ayudar a reunir los recursos para mejorar la imagen que se reflejaba.
La dura realidad es que los ODS estaban condenados al fracaso desde el principio. Basta con echar un vistazo a los 17 objetivos para saber la razón. El primer objetivo es “poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”; una ambición sin duda loable, pero que en el fondo sabemos que es demasiado ambiciosa.
Sin embargo, el verdadero problema no es el nivel de ambición, sino la complejidad. El tercer ODS se refiere a “buena salud y bienestar”. Se subdivide en 13 objetivos, que van desde poner fin a todas las muertes evitables de menores de cinco años hasta reducir las lesiones y muertes en carretera.
Algunas ambiciones, por admirables que sean, son contradictorias. Para cumplir el noveno ODS -”infraestructura resiliente”- la República Democrática del Congo tendrá que construir más carreteras. Es un país del tamaño de Europa occidental, pero solamente tiene unos cuantos miles de kilómetros de caminos pavimentados, en comparación con los 6.5 millones que se estiman en Europa occidental. Más carreteras llevarían muchos beneficios a la población de la República Democrática del Congo, incluido un acceso más fácil a médicos y escuelas. Lamentablemente, también provocarían más muertes en carretera.
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Las carreteras pueden tener consecuencias más imprevisibles. Podrían acelerar la deforestación (actuando en contra del ODS 15, que es “vida sobre la tierra”) al abrir áreas aisladas a las compañías madereras.
Se podría argumentar que las poblaciones conectadas tienen menos probabilidad de practicar la agricultura de tala y quema o de utilizar madera para cocinar. Pero la cuestión es que el cambio es impredecible y las mejoras sociales rara vez avanzan al mismo ritmo. El desarrollo no es un ejercicio de pintura por números.
Los objetivos de aumentar los ingresos (ODS uno) y reducir la desigualdad (ODS 10) también pueden ir en direcciones opuestas. Algunos economistas, entre ellos el premio Nobel Angus Deaton, sostienen que, a medida que las sociedades salen de la pobreza, es inevitable que a algunas personas les vaya mejor primero.
Ésa fue la gran intuición de Deng Xiaoping, que supervisó las reformas de China para acabar con la pobreza, cuando dijo a su empobrecido país socialista que “hacerse rico es glorioso”. No todos lograron la gloria de inmediato, pero al final muchos lo lograron.
Los ODS son una lista de deseos para el mundo. Pero una lista de resultados deseables, como escribió Richard Rumelt, profesor de la Universidad de California, no es una estrategia. Las estrategias implican aislar el quid de un problema y encontrar la mejor manera de abordarlo.
Un país pobre podría concentrar toda su energía en abordar el ODS 5: la igualdad de género. Para mejorar realmente la vida y las opciones de las mujeres, un gobierno tendría que avanzar también en muchos de los otros ODS. Con el tiempo, las mujeres empoderadas podrían encargarse de gran parte del resto.
Del mismo modo, un gobierno podría decidir concentrarse en las infraestructuras. Los caminos rurales ayudarían a los agricultores a vender más alimentos a las ciudades, ahorrando al país divisas en la importación de alimentos y creando un superávit financiero que se podría redirigir a otros sectores.
Las estrategias de desarrollo viables difieren de un país a otro. No se pueden imponer desde el exterior.
Los países pobres carecen de la capacidad para hacerlo todo a la vez, incluso en la circunstancia imaginaria de que desde el exterior fluyera suficiente dinero para el desarrollo. Los objetivos de desarrollo sostenible dan prioridad a todo. En el mundo real, eso es no dar prioridad a nada.