He estado pensando mucho en esto últimamente, ya que estoy fascinada por el caso que numerosos sindicatos estadunidenses, sobre todo los trabajadores del acero, presentaron contra China por proteger la industria de construcción naval comercial. Es un tema que estará en el radar esta semana, con el comité selecto de la Cámara de Representantes sobre China listo para discutir el caso. Estaré atenta para ver si los republicanos, de supuesta línea dura, sí lo respaldan.
La petición en sí presenta un argumento contundente y obvio de que China tiene el monopolio en la construcción naval comercial. Podemos discutir por qué es así (las razones son innumerables), pero uno de los puntos clave es que después de la Guerra Fría, Estados Unidos decidió que ya no necesitaba hacer construcción naval comercial y la industria se consolidó. Pasó de alrededor de 200 proveedores a unos cinco, de acuerdo con una fuente académica con la que recién hablé sobre el tema.
Esto nos ha dado, en cierto modo, el peor escenario posible. Tenemos proyectos de defensa sobredimensionados, no solo en la construcción naval sino en otros ámbitos (pensemos en el avión de combate F35, que lleva una década de retraso y 183 mil millones de dólares de excedente de presupuesto, según un informe de la Oficina de Rendición de Cuentas del Gobierno de Estados Unidos del año pasado).
Tenemos un sistema de adquisiciones militares que está lleno de trámites burocráticos administrativos (el tema que abordé en mi columna la semana pasada) e intereses creados. Pero también externalizamos la mayor parte de la producción de componentes e incluso la producción de materias primas (como el acero) que alimentan los bienes comunes industriales de defensa y otras áreas clave a nuestro mayor adversario estratégico: China.
Por supuesto, el dogma del valor para los accionistas desempeñó un papel muy importante en esto (no voy a reiterar mis pensamientos al respecto, solo basta leer una de cada cuatro columnas que escribo, o mi primer libro). Pero también lo hizo el dividendo de la paz. Ese fue el concepto que popularizaron por primera vez George H. W. Bush y Margaret Thatcher. La idea era que el gasto en defensa debe disminuir con el fin de la Guerra Fría. Y se puede presentar un argumento sólido a favor de esto. ¿Por qué debemos producir municiones cuando el mundo es plano, la historia ha llegado a su fin y todos serán más libres a medida que se hagan más ricos?
Las cosas no resultaron así, por supuesto. Y ahora nos faltan municiones, barcos y capacidad industrial. Incluso si no estuviéramos en una guerra fría con China, yo diría que eso es algo malo, porque los múltiples nodos de producción y consumo tienen más sentido a escala global que el poder monopólico en dos lugares (Estados Unidos como consumidor de último recurso y China como la fábrica del mundo). Sin embargo, cuando se añaden las cuestiones de defensa, por supuesto, el problema se vuelve realmente apremiante. Si se supone que EU es el garante militar de los valores liberales, vale la pena recordar lo que todo buen historiador militar sabe: que lo que hagamos con la capacidad industrial afecta a la seguridad nacional. Sin uno, no puedes tener el otro.
China también aprendió del dividendo de la paz, pero aprendió una lección diferente. Recientemente tuve una conversación fascinante con Willy Shih, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard y experto en política industrial, quien me contó su experiencia al estar en una fábrica de municiones en Chongqing después de la caída del Muro de Berlín. Pudo observar cómo las fábricas pasaban de producir balas a armar motocicletas. Primero éstas eran malas y caras. Después fueron malas y baratas. Luego eran baratas y buenas, y al final eran mejores que el material japonés que se copiaba.
La lección del dividendo de la paz no fue externalizar toda la base industrial. Se trataba de utilizarla para ascender en la cadena alimentaria hacia nuevas zonas. Entonces, Peter, ¿por qué no tomamos ese camino?
Lecturas recomendadas
-Hay un artículo de la Rand Corporation sobre las posibilidades de cooperación militar entre China y Rusia que lo pone a uno a pensar.
-Hizo que me dieran aún más ganas de leer el nuevo libro de Robert Blackwill y Richard Fontaine, Lost Decade: The US Pivot to Asia and the Rise of Chinese Power. Blackwill también es coautor de un libro con la ex Asesora de Seguridad Nacional Jen Harris, titulado War by Other Means, que analiza la geoeconomía de la política.
-Recientemente, The New York Times publicó un perfil de Jen Harris, una de las pensadoras políticas que, desde hace dos décadas, aboga por un enfoque con una línea más dura hacia China y una visión del comercio centrada en los trabajadores. Yo también la entrevisté en noviembre del año pasado. Vale la pena leer ambas si se quiere entender hacia dónde se dirigen el comercio y la política exterior en ambos lados del pasillo.
-Por último, en una categoría mucho más ligera, hay un artículo de The New Yorker sobre el secreto mundo de la pesca de la anguila (la criatura marina más valiosa libra por libra) es exactamente el tipo de artículo que me encanta: te introduce en algo que no sabías que te interesaba y después te resulta fascinante.
Peter Spiegel responde
Rana, creo que estás siendo un poco injusta con la industria de defensa estadunidense. Un porcentaje significativo de lo que constituye la economía moderna impulsada por la tecnología tiene sus raíces en el ejército de Estados Unidos. El más obvio es el mismo internet, desarrollado por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa del Pentágono (Darpa, por su sigla en inglés), así como el Sistema de Posicionamiento Global, que el Pentágono construyó para la navegación militar y ahora está integrado en los smartphones de todos.
En las nuevas familias de vehículos autónomos se utilizan sensores desarrollados para drones militares estadunidenses; las tecnologías de procesamiento visual y de imágenes creadas para los sistemas de vigilancia y reconocimiento del Pentágono ahora se utilizan en radiología y otros diagnósticos médicos; las tecnologías de radio militares inalámbricas ayudaron a crear y mejorar nuestros teléfonos móviles.
Podría seguir. De hecho, si le preguntaran a nuestros aliados europeos, dirían que en Estados Unidos hay demasiados cruces entre lo militar y lo civil. Después de todo, esa fue una de las acusaciones centrales en la guerra comercial de dos décadas sobre quién estaba ayudando más atrozmente a su industria aérea civil.
Bruselas argumentó durante mucho tiempo que los contratos militares otorgados por Washington al fabricante Boeing para aviones de combate y transporte de carga se estaban utilizando para desarrollar tecnologías que la compañía luego incorporaría a su flota civil. Y no se equivocaron: todo, desde la aviónica avanzada utilizada en los aviones civiles de Boeing hasta los compuestos que constituyen el corazón del 787 Dreamliner, tiene raíces militares.
Dicho esto, no te equivocas al decir que el “dividendo de la paz” resultó ser una quimera y llevaron a nuestra base industrial de defensa —ante la insistencia del gobierno federal— a consolidarse y reducirse hasta tal punto que ni siquiera podemos producir suficiente munición de artillería para mantener a Kiev completamente abastecida en su guerra contra Rusia. Más importante aún, es posible que ni siquiera sepamos cuáles de nuestras tecnologías militares vitales dependen de proveedores extranjeros.
Hace algunos años entrevisté a Richard Spencer, entonces secretario de Marina, quien me dijo que había ordenado una revisión de emergencia de las cadenas de suministro porque no estaba seguro de si los buques de guerra estadunidenses podían depender de rivales estratégicos como Rusia o China para obtener componentes críticos.
Fue una confesión impactante, y fue causada o exacerbada por la llamada “Última Cena”, una reunión celebrada en 1993 por el entonces secretario de Defensa, William Perry, con importantes contratistas del Pentágono, en la que les dijo que el dividendo de la paz significaba que todos debían reducirse y consolidarse. Lockheed y Martin Marietta se convirtieron en Lockheed Martin. Northrop y Grumman se convirtieron en Northrop Grumman. Boeing engulló a McDonnell Douglas.
Durante una década, todo parecía una reducción prudente de la base industrial de defensa estadunidense. Pero el mundo cambió después del 11 de septiembre, y el sector —y sus paymasters (encargados de los pagos) del Pentágono— tardaron en adaptarse. Ahora estamos pagando el precio de esa miopía.
Sus comentarios
Y ahora unas palabras de nuestros lectores de Swamp Notes… En respuesta a:
“Si bien nunca creí que el actual mandatario de Estados Unidos, Joe Biden, tuviera lo necesario para ser un gran presidente, me sorprendió el nivel del enfoque antiempresarial y anticapitalista que tiene para gobernar. No me sorprende, con todas sus cualidades negativas, que muchos ejecutivos de negocios y dueños de empresas prefieran a Donald Trump antes que a Biden”. - Henry D. Wolfe.