Hubo un tiempo en que el dominio de las redes de comercio mundial dependía de la potencia de fuego de poderosas armadas y del control de vías fluviales vitales. Hoy en día, la cuestión es cada vez más de quién suministra la banda ancha.
Para muchos gobiernos, Starlink —la empresa de internet satelital de Elon Musk— es cada vez más inseparable de la política exterior estadunidense.
Musk quiere negociar con el presidente de Italia (probablemente la persona equivocada, pues necesitará al primer ministro) ante las dudas del gobierno sobre la compra de un sistema de comunicaciones militares. Doug Ford, el primer ministro de Ontario, ha roto un contrato de Starlink en represalia por los aranceles estadounidenses a Canadá.
Lo más urgente es que, mientras el presidente Donald Trump amenaza con abandonar la alianza occidental, los gobiernos europeos están alarmados por la dependencia de las fuerzas armadas ucranianas de Starlink para las comunicaciones y el combate.
Para múltiples redes (satélites, telefonía móvil 5G, cables submarinos, sistemas de pago), la diferencia entre usos militares y estratégicos se ha difuminado y el entramado económico mundial se ha politizado.
La Unión Europea (UE), que ha dependido en gran medida de la tecnología satelital estadunidense, aunque no tanto en el ámbito del 5G, enfrenta el desafío de desarrollar alternativas a Starlink. Su iniciativa IRIS2, destinada a establecer una flota de satélites en órbita baja y media, ha avanzado con dificultad debido a disputas entre Francia, que abogaba por una autonomía tecnológica europea, y Alemania, que veía el proyecto como una costosa subvención para la industria aeroespacial francesa.
En 2020, la UE adoptó un enfoque de “autonomía estratégica abierta” con el objetivo de reducir su dependencia de otras potencias. Sin embargo, el debate sobre la resiliencia a menudo quedó atrapado en discusiones recurrentes, dominadas por los proteccionistas de los sectores manufacturero y agrícola. La postura de la UE ha evolucionado desde una preocupación por los “costos excesivos” hacia una estrategia de “lo que sea necesario”, en parte impulsada por la influencia de Trump.
En diciembre, el proyecto IRIS2 recibió luz verde, con un compromiso de la UE de aportar 6 mil millones de euros (mde) en fondos públicos para financiar un costo total de 10 mil 600 mde a lo largo de 12 años. Eutelsat, el operador francés de satélites propietario de OneWeb y pieza clave de IRIS2, ha visto cuadruplicarse el valor de sus acciones este mes, tras el anuncio de un nuevo fondo europeo de rearme de 150 mil mde.
El problema es que IRIS2 no lanzará sus satélites hasta 2030, e incluso entonces no alcanzará el tamaño ni la cobertura de la flota de Starlink.
Afortunadamente, la dependencia de una sola compañía satelital es menos urgente para las redes económicas mundiales que para las operaciones militares. Y si bien el costo de construir sistemas alternativos no es insignificante, lo es comparado con sus beneficios para preservar el comercio mundial.
La UE ha avanzado con demasiada lentitud y en la dirección equivocada para promover la seguridad económica. Se centra demasiado en los bienes y servicios que circulan por las tuberías de la economía mundial y no lo suficiente en la propia infraestructura.
Al darse cuenta de la necesidad deponerse al día, Europa necesita adaptar el lema de Silicon Valley: avanzar con rapidez y construir cosas.
OMM