Los pasillos están vacíos, llenos de mercancías y ofertas pero sin clientela

Si no fuera por unas cuantas personas deambulando por el sitio, bien podrían pensar que el lugar fue abandonado

Las plazas comerciales recibieron más gente que los locales pequeños. (Jorge Sánchez)
Alejandro Evaristo
Pachuca /

En la edición de este mortal 2020, autoridades y representantes de la Iniciativa Privada decidieron apoyar de alguna forma la muy trastocada economía de la población, así que no fueron dos días solamente los destinados a ofrecer a los millones de consumidores de nuestro país la oportunidad de hacerse de algo, estrenar algo o necesitar algo: este Buen Fin fue de 20.

La gente anda de acá para allá buscando, comparando y viendo. Entran a los negocios, preguntan por un producto particular con determinadas características y a veces hasta se prueban algunos artículos. El gran problema, dicen algunos comerciantes, es que no están comprando. Algunos vuelven, pero otros prefieren irse a las plazas comerciales, pues consideran que en esos lugares podrían hallar mejores ofertas y oportunidades para gastar.

Y quizá haya razón, después de todo, las grandes cadenas compran por volumen, lo que implica un mejor precio de adquisición y la posibilidad de mejorar el costo final al consumidor.

Algunas son pequeñas, con apenas unos cuantos negocios ubicados en un espacio limitado. Otras son enormes y albergan incluso salas cinematográficas, distribuidoras de automóviles y enormes áreas de juego para menores, sin olvidar restaurantes o cadenas de comida rápida con suficiente espacio como para albergar una considerable cantidad de comensales. Por supuesto, cuentan con cientos de lugares de estacionamiento para los potenciales clientes.

Quienes carecen de un medio de transporte propio llegan a estos sitios mediante el uso del servicio público, colectivas o tuzobús, en el mejor de los casos, porque los taxistas, como siempre, quieren hacer su agosto en noviembre y cobrar hasta 60 pesos por un viaje desde el centro histórico de la ciudad a Plaza Gran Patio, por ejemplo, distante a menos de 8 kilómetros.

Por fortuna, los paraderos del transporte público se encuentran muy cerca de las principales plazas en la capital el estado, por ello son los más usados.

¿Cuál vamos a ver?

Hay quienes no ocultan la sorpresa. Una pareja desciende en Plaza del Valle, sede de una de las cadenas de supermercados más grande en Pachuca, y les resulta un tanto extraño que el enorme estacionamiento esté ocupado por apenas unos 30 vehículos. “Igual y es por las obras en la avenida”, dice la mujer mientras se cuelga del brazo derecho de su muy enamorado compañero, quien asiente con la cabeza y murmura algo al oído de la joven para luego dedicarse evidentes sonrisas maliciosas y cómplices.

¿Cuál vamos a ver?, pregunta con disposición a la complacencia, pero apenas termina la frase detiene en seco el andar. El acceso exterior a las salas está cerrado. Ella le pide entrar “a ver qué nos encontramos” y, por supuesto, él acepta.

Al interior de la plaza, el área de alimentos está bloqueada con cintas de esas que prohíben el paso, amarillas o anaranjadas; también la tienda de sombreros, el apartado de ofertas del supermercado y la entrada interior a las salas de cine. El policía en el acceso les pide extender el brazo para medir su temperatura corporal y les invita a usar gel en sus manos y limpiar su calzado en los “tapetes sanitizantes”. La pareja atiende las indicaciones y se encamina hacia el interior.

Los pasillos están vacíos, llenos de mercancías y carteles y ofertas, pero sin gente. Si no fuera por unas cuantas personas deambulando por el sitio, bien podrían pensar que el lugar fue abandonado. Ni siquiera los tentadores carteles con promociones de 2x1 o hasta 3x2 en vinos y licores atrajeron a alguna alcoholizada alma.

A ellos les llamó más la atención una pantalla de 40 pulgadas, pero se desilusionaron cuando vieron la marca y confirmaron que ni siquiera era “inteligente”.

Decidieron salir de ahí y caminar a Gran Patio, distante a unos 500 metros.

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Mientras avanzan, un hombre ya entrado en los 50’s se les acerca, lleva una vieja mochila a la espalda y una canasta con dulces, palanquetas y “alegrías”. El clima es helado y ella se conmueve. Pasan de las 5 de la tarde y el icónico viento pachuqueño trae consigo pequeñísimas gotas de agua; es una brisa que congela y provoca ritmos inciertos entre dientes y movimientos musculares incontrolables.

El rostro del vendedor cambia cuando la chica regresa para comprarle una de las tradicionales barras de amaranto y le cobra cinco pesos. Le ofrece un billete de 50. Le pregunta de dónde viene y por qué no se pone a cubierto en el estacionamiento de la plaza. Vengo de Azoyatla -responde-, no me dejan vender ahí .

Siguen su camino. El espacio de aparcamiento es mucho mayor y ni una tercera parte está ocupado. Al exterior hay varios comercios y la mayoría están cerrados. Solo la tienda de deportes y el enorme centro papelero ofrecen servicio, pero hay muy poca clientela.

El ritual es el mismo con diferente guardia. La pareja corre con mejor suerte porque sí hay servicio en el cine, pero con nuevas condiciones: gel, temperatura, sana distancia, puertas abiertas para que haya circulación de aire y pago con tarjeta.

Los y las responsables de los comercios adyacentes observan el ingreso de la pareja. Hay quienes han esperado por quién sabe cuántas horas ofrecer sus artículos y/o servicios, pero apenas hay clientes, la mayoría jóvenes a quienes no interesan las decenas de productos en los aparadores… ni se detienen a ver. _

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