Ronaldo Luís Nazário de Lima saborea una rebanada de jamón ibérico cuando llego al Mesón Txistu, un restaurante vasco en Madrid, adornado como una clásica taberna española. Él lo conoce muy bien. Está a unos minutos del estadio Santiago Bernabéu, hogar del Real Madrid, el club de futbol más rico y exitoso del mundo.
Ronaldo explica su elección de lugar diciendo que “incluso el rey (de España) viene aquí”. El brasileño, por supuesto, era parte de la otra realeza de la ciudad, los portadores de la famosa playera blanca del Real Madrid. “Dos monarquías”, dice con una risita.
Como futbolista anotó los dos goles con los que Brasil ganó su última Copa del Mundo en Corea-Japón 2002. Asimismo, recibió dos veces el Balón de Oro, el premio anual que se entrega al mejor jugador del mundo. En su apogeo, era rápido, confundía a los oponentes con deslumbrantes pasos y disparaba con la precisión de un asesino.
Los aficionados lo apodaron O Fenômeno (El Fenómeno). Jorge Valdano, un exjugador y directivo del Real Madrid, dijo alguna vez: “cuando ataca Ronaldo, tengo la sensación de que ataca una manada. Parece que son muchos, no uno solo”.
El camino desde la cancha hasta el despacho puede estar bien transitado, pero Ronaldo se encuentra en la primera generación de futbolistas capaces de permitirse el cambio y poseer un club. La gran oportunidad llegó en septiembre del 2018. Ronaldo adquirió 51% del Real Valladolid, un equipo en las posiciones más bajas de La Liga, la división más importante de España, por 28 millones de euros.
El exfutbolista, que ganó entre 200 y 250 millones de dólares (mdd) en salarios y patrocinios corporativos a lo largo de su carrera, de acuerdo con Forbes, ahora invierte parte de esa riqueza en Valladolid, citando planes para renovar su estadio y construir un campo de entrenamiento. También se compromete a ser un propietario diferente a los que le tocaron como jugador. “Creo que tengo una cosa que no tienen ellos, porque jugué y sé lo que piensan los jugadores”, dice. “Conozco lo que quieren y lo que necesitan”.
Llega más comida a la mesa: un plato de morcilla de Burgos, salchichas hechas con sangre de cerdo. Ronaldo apuñala una con su tenedor, haciendo ruidos apreciativos mientras mastica. Torpemente, le explico que soy pescetariano.
Con ganas de adaptarse, ordena camarones a la parrilla y pulpo para otra ronda de entradas. Un mesero insiste en que pidamos los platos principales también. Ronaldo opta por el filete de bistec. Me decido por la merluza y sugiero una guarnición de verduras al vapor para compartir.
Puedo ver por qué el exfutbolista brasileño era un compañero de equipo tan popular. Creció en una pequeña casa de dos habitaciones en Bento Ribeiro, un suburbio de clase trabajadora en Río de Janeiro. Las trampas de la fama no parecen haberle dado aires de grandeza.
Cuando era niño, se le ofreció una prueba en el Flamengo, un famoso club de Río al que apoyaba cuando era niño, pero no pudo pagar el autobús para asistir. Terminó en equipos menos prestigiosos en Brasil, São Cristóvão y Cruzeiro, antes de recibir una oferta de mayores ingresos en Europa con el equipo holandés PSV Eindhoven en 1994.
Como fenómeno para anotar, el brasileño jugó en algunos de los clubes más importantes del continente: el Barcelona, el Inter de Milán, el Real Madrid y el AC Milán.
Le recuerdo un gol milagroso que marcó para el Barcelona contra el SD Compostela. Los jugadores del otro equipo tiraron de su camisa y trataron de pegarle en las piernas durante un caracoleo desde la mitad de la línea. Cuando Ronaldo perforó la red con el balón, el difunto Sir Bobby Robson, entonces director técnico del Barcelona, se llevó las manos a la cabeza con incredulidad.
Nike, el mayor patrocinador comercial de Ronaldo, creó un anuncio en torno a ese gol con el eslogan: “¿Qué pasa si le pides a Dios que te convierta en el mejor jugador de futbol del mundo? ¿Y él en realidad estaba escuchando?”.
Ronaldo se termina el filete. Cuando sugiero el postre, le da una palmada a su torso, más grande que el six pack de su juventud. El postre es “un problema”, menciona, ya que subió algunos kilos después de su retiro. Esto condujo a comparaciones crueles. Sir Alex Ferguson, el exdirector técnico del Manchester United, dijo: “si comparo a Cristiano con el gordo, el viejo, Cristiano es mejor”.
Pero la principal razón del aumento de peso de Ronaldo es que padece de hipotiroidismo, una condición que desacelera su metabolismo. El exfutbolista toma medicamento para contrarrestar el efecto. ¿Se siente incomprendido? Él lo toma con ligereza. “Veo activistas por muchas cosas. Si eres negro, si eres gay… ¿pero si la gente llama gordo a Ronaldo? Nunca escuché a alguien defenderme”, dice con una sonrisa. “No me importa”.
Mientras se levanta, el fotógrafo del restaurante avanza rápidamente. El dueño quiere otra foto para la pared. Se materializa una fila de cazadores de selfies: clientes, el maître d’, los meseros. Incluso el fotógrafo le da su cámara a otra persona para también llevarse una imagen tan codiciada. Después de todos estos años, Ronaldo todavía atrae a una multitud.