El sector corporativo estadunidense está rompiendo con Trump

En los últimos días, destacadas asociaciones de la industria estadunidense han reprendido indirectamente las sugerencias de Donald Trump de que si no le gustan podría no acatar los resultados de las elecciones de la próxima semana.

Donald Trump, presidente de Estados Unidos. (Reuters)
Andrew Edgecliffe-Johnson
Ciudad de México /

Para ponerlo en términos que entendería un presidente estadunidense obsesionado por Twitter, ha sido más un subtuit (un tuit que menciona a un usuario sin usar su nombre) que una tuitstorm (una serie de tuits relacionados publicados por un usuario en una rápida sucesión).

En los últimos días, destacadas asociaciones de la industria estadunidense, directores ejecutivos, inversionistas y profesores de escuelas de negocios han reprendido indirectamente las sugerencias de Donald Trump de que si no le gustan podría no acatar los resultados de las elecciones de la próxima semana. La mayoría fueron redactadas con cuidado pero, como ocurre con cualquier publicación indirecta en las redes sociales, su significado ha sido inconfundible.

Más notablemente, varios de los grupos industriales más grandes de Estados Unidos unieron fuerzas el martes en una declaración tan llamativa como anodina.

“Instamos a todos los estadunidenses a apoyar el proceso establecido en nuestras leyes federales y estatales”, escribieron. Dice mucho que esos grupos que tradicionalmente son tan cautelosos sintieran la necesidad de decir esto. Como cualquiera que haya discutido alguna vez sobre la redacción de una declaración con tantos autores les dirá, su redacción de más bajo denominador común también es lo más cerca que la comunidad empresarial llegará a enviar un cañonazo de advertencia al presidente.

Los inversionistas basados en la fe instaron a los líderes empresariales que se mantenían callados a defender una transferencia pacífica del poder o a que corran el riesgo de ser considerados “cómplices del caos”. Jamie Dimon de JPMorgan es uno de los pocos en hacerlo, aunque el CEO de Expensify llegó tan lejos como para implorar a los 10 millones de usuarios de su software de gastos que voten por Joe Biden porque “no se presentan muchos informes de gastos durante una guerra civil”.

Ya sean vacilantes o hiperbólicas, todas estas declaraciones llevan el mismo mensaje: hay un consenso cada vez mayor en el sector corporativo estadunidense de que Trump ya no es bueno para los negocios. Eso representa un cambio brusco desde el inicio del mandato del presidente, pero también una consecuencia comprensible de lo que ha sucedido desde entonces.

En 2017, “los líderes empresariales se aguantaron y entablaron un diálogo con este presidente porque vieron algunas oportunidades financieras inmediatas y decidieron ver más allá de lo que algunos querían creer que eran solo peculiaridades de estilo”, recuerda Aron Cramer, CEO de BSR, un grupo que ayuda a las multinacionales a navegar por sus responsabilidades sociales.

Esas oportunidades se materializaron rápidamente, en forma de desregulación y un recorte histórico de las tasas de impuestos corporativos. Pero incluso desde el principio también llegaron con fuertes desacuerdos sobre los aranceles, la inmigración, la violencia racista y la política ambiental.

Una vez que los recortes de impuestos estuvieron en la bolsa, “la relación de las empresas pasó del bueno, el malo y el feo, a solamente el malo y el feo”, comenta Bennett Freeman, asesor de empresas en temas laborales y de derechos humanos.

Los precios de las acciones subieron, pero los directores ejecutivos se vieron obligados a manejar guerras comerciales, crecientes divisiones entre el personal y los clientes, y amenazas al estatus de los empleados que tenían visas o que llegaron sin documentos a Estados Unidos cuando eran niños.

Y mientras las grandes empresas abrazaban las causas de las “partes interesadas”, desde la inclusión hasta el ambientalismo, Trump apoyó una caricatura anticuada del capitalismo: su enfoque en los mercados de valores como criterio de progreso económico le hizo parecer uno de los últimos devotos de la doctrina de la primacía de los accionistas de Milton Friedman.

Su falta de atención a temas como la desigualdad económica, la injusticia racial y el cambio climático también obligó a los renuentes directores ejecutivos a llenar el vacío al hablar sobre temas con una carga política que preferirían evitar.

El sector corporativo estadunidense no es un monolito político. En industrias como la atención de salud y la energía, muchos ejecutivos todavía creen que Trump sería mejor para sus resultados. Sin embargo, el miedo a la agenda de Biden está disminuyendo. Como se muestra en una encuesta reciente de PwC, a los ejecutivos les preocupa que los demócratas aumenten los impuestos, pero creen que Trump sería peor en las relaciones entre EU y China, la inmigración y la política exterior.

La relativa estabilidad de los mercados mientras Biden encabeza las encuestas respalda esta opinión. Las encuestas también explican la disposición de los ejecutivos a darle la espalda a Trump, ya que el riesgo de hablar se redujo junto con sus posibilidades de reelección.

La mayoría de los ejecutivos ingresaron a 2020 decididos a evitar ser absorbidos por una elección muy disputada. Su creencia de que la administración Trump manejó la pandemia y las protestas por la justicia racial que definieron este año con menos capacidad que sus compañías cambió la ecuación.

Pero es solo recientemente que los ejecutivos tomaron la decisión por un lado, ya que el hecho de que Trump contemple no aceptar una transferencia pacífica de poder puso a prueba la pregonada conversión de las empresas a la responsabilidad social, señala Deepak Malhotra. El profesor de la Escuela de Negocios de Harvard escribió una carta firmada por más de 650 académicos, en la que se instó a los ejecutivos a hablar en contra de la amenaza que, argumentan, que el presidente plantea para la república.

“El péndulo a menudo oscila de izquierda a derecha, pero aquí hay algo que podría arrancar el péndulo del reloj”, argumenta.

En conversaciones privadas, los líderes empresariales han ejecutado los peores escenarios. Si una transferencia pacífica de poder parece dudosa, dice Cramer de BSR, los altos ejecutivos rápidamente harían pública su alarma, sobre todo a los republicanos del Congreso, que comprenden el riesgo de alienar a los donantes.

lvm

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