Trabajos sin propósito

FT Mercados

Los despidos en Deutsche Bank son un síntoma de todos los bancos, donde no existe lealtad entre empleadores y banqueros.

“Eso esperas si trabajas en el piso de operaciones de cualquier banco de inversión global: el último boleto que firmas es el de tu liquidación”.
JOHN GAPPER
Ciudad de México /

Es la marca de un extraño empleador que pagar millones a algunos de sus empleados cada año, pero cuando decide dejarlos ir, les da instrucciones de que salgan rápidamente del edificio y tomen sus pertenencias. 

Desde la quiebra de Lehman Brothers en 2008, la escena que presenciamos el lunes pasado en Deutsche Bank de Londres, Nueva York y Hong Kong se volvió familiar. Internamente se consideró como evidencia de una humanidad poco habitual que a los operadores de capitales y personal de ventas del banco se les permitiera quedarse en la sede de Londres durante tres horas, antes de ser expulsados del edificio.

Algunos mostraron señales de angustia, pero muchos de ellos fueron a un pub cercano, después de anticipar que sus días en el banco estaban contados. Eso esperas si trabajas en el piso de operaciones de cualquier banco de inversión global: el último boleto que firmas es el de tu liquidación. 

Existe cierta lógica en la forma en que el hacha cae tan abruptamente en los bancos de inversión, con las tarjetas de seguridad que se invalidan y la exclusión del acceso a los sistemas, en caso de que un empleado resentido realice un comercio deshonesto en venganza. Pero también es un síntoma de malestar: la alienación del banquero por parte del banco, como si el trabajo fuera una transacción más.

 “Disciplina” fue la palabra que Christian Sewing, director ejecutivo, utilizó para explicar por qué estaba terminando su ambición, que se remontaba a 20 años desde su compra de Bankers Trust en 1999, para competir con Goldman Sachs y otros. 

La persona de la que habló más cálidamente fue de Bernd Leukert, un exejecutivo de SAP que estará a cargo de llevar más automatización al banco. 

Es comprensible que Sewing esté cansado de contratar a personas que no produjeron lo suficiente para justificar sus bonos. Los costos de Deutsche fueron más altos que sus ingresos en el último trimestre de 2018, y planea recortar 18,000 puestos de trabajo para 2022. Bajo los operadores que lideraron su expansión, lo que él llama “ambición espectacular” se sustituyó por la estrategia.

 Pero es difícil ver cómo cualquier empresa puede lograr el éxito a largo plazo cuando, evidentemente, existe un vínculo tan pequeño entre ella y sus empleados. Deutsche no es el único al que le falta esto, muchos bancos de inversión dependen casi completamente del dinero como su motivador, y tienen culturas muy frágiles.

 La mayoría de los profesionales, sobre todo en sectores como la educación o las farmacéuticas, se identifican con sus trabajos y obtienen un propósito de ellos. Al citar el concepto de alienación laboral de Carlos Marx, un estudio el año pasado concluyó que “cuando no existe un propósito, el trabajo se vuelve absurdo, alienante o incluso degradante”. 

Dos académicos que estudiaron a los banqueros de inversión en Londres, que habían sobrevivido a los trastornos de la industria para llegar a ser exitosos y con altas remuneraciones, se sorprendieron por su grado de cinismo y notaron la ausencia de “sentido, emociones e inversión personal en los valores laborales”. 

Se encontraron con un “minimalismo de identidad” entre los banqueros de inversión, que se enfocaron únicamente en ganar dinero con una “actitud instrumental, casi mercenaria hacia sí mismos y su trabajo”. 

Los ejecutivos no esperaban ninguna lealtad de arriba y daban por sentado que los iban a despedir algún día. Los banqueros de inversión son humanos, a pesar de la imagen popular, pero suelen cultivar relaciones leales con los colegas a su alrededor, los gestores de activos y clientes con los que trabajan, en lugar de sus empleadores. 

Estos últimos los recompensan por el dinero que aportan, y ellos devuelven esa falta de sentimiento. “Perdimos la brújula en las últimas dos décadas”, dijo Sewing a los inversores tras anunciar la reestructuración; también escribió al personal sobre el deseo de crear una nueva cultura corporativa que “siempre ponga al banco y a sus clientes en primer lugar, por encima de los intereses individuales”. 

La implicación para los operadores de acciones que salen de Deutsche era obvia. Pero sugerir a las personas a las que acabas de despedir que no fueron lo suficientemente dedicados es irracional. Algunos tal vez trataron a Deutsche solo como un lugar que pagó sus bonos por un tiempo. Resultó que estaban en lo cierto: hubiera sido una tontería poner demasiada fe en ello.

 La deslealtad está tan arraigada en los bancos de inversión que el hábito es difícil de romper para ambas partes. Los operadores exigen grandes bonos y amenazan con salir de la compañía por ofertas más altas porque no hay seguridad; los bancos se expanden hacia actividades rentables o regiones de crecimiento como China mientras despiden a los rezagados. 

Sewing no es el primero en concluir que la banca de inversión es demasiado inestable y los riesgos demasiado grandes. Quizás un día, otro aspirante logre descifrar el código y construya un banco que funcione de manera diferente. Hasta entonces, los banqueros seguirán recibiendo altas remuneraciones y serán desechables en cualquier momento.



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