Por: Kyra Galván
Ilustración: David e Izak Peón, cortesía de Nexos
Estamos indefensos ante un enemigo que no conocemos, contra el que nuestros cuerpos no tenían ninguna defensa. Estamos ante una situación de guerra que varias de nuestras generaciones nunca habíamos vivido. Lo vivieron los pueblos indígenas, cuando en el barco en que venía Pánfilo Narváez, procedente de Cuba en 1520, viajaba un negro llamado Francisco, que traía el virus de la viruela. La enfermedad se esparció como lumbre, sobre todo entre la población indígena, que no tenía resistencia alguna ante el virus desconocido. Según las crónicas, después de que brotaban las pústulas, la gente moría en tres o cuatro días, en un estado de fatiga tan grande que eran incapaces de cuidarse unos a otros, muriendo familias enteras. Estoy segura de que entre ellos recorría una sensación de miedo, angustia y ahogo, causada por la rara enfermedad y por la guerra que habían traído los extranjeros.