Atrapar el destello

Con disciplina de monje Paul Valéry se despertaba todos los días a las cuatro de la mañana para escribir durante tres o cuatro horas. Al morir, en 1945, dejó 261 cuadernos.

Las matemáticas son para Valéry el camino de la exactitud. Si la música es el modelo de la precisión poética, el álgebra lo es para la prosa.
Nexos
Ciudad de México /

Por: Jesús Silva-Herzog Márquez

Ilustración: José María Martínez, cortesía de Nexos

Es claro que el poeta no estaba escribiendo un libro al sentarse frente a su escritorio todas las mañanas. Me escribo al escribir estos cuadernos, decía. No es que se mandara mensajes a sí mismo: era que al escribir daba forma a sus nervios. No pretendía publicar: quería esculpirse. La tinta corriendo en el papel fue su meditación cotidiana. En las libretas que se fueron acumulando a lo largo de los años pueden leerse sus ejercicios intelectuales. Ahí soltaba la mano para dibujar, anotaba un aforismo, jugaba con los números y las fórmulas, escondía un poema, divagaba sobre el eros y el lenguaje, rozaba la confesión. “Los demás hacen libros, yo hago mi mente”.

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