Por: Rodolfo de la Torre y Mariana Becerra
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
Antes de la pandemia, en México ya existía una brecha educativa muy importante —tanto en nivel de aprendizaje como en infraestructura escolar— que afectaba a los estudiantes con menos recursos. Altos porcentajes de las escuelas públicas carecían de servicios básicos como agua potable (40 % de las escuelas de Chiapas y Guerrero sin acceso a agua potable), electricidad (88 % de las escuelas públicas cuentan con electricidad, en contraste con 99 % de escuelas privadas) y ni se diga conexión a internet (sólo el 12 % de las escuelas en Michoacán y Tabasco cuentan con acceso a internet). Con la pandemia, los estudiantes con mayor desventaja socioeconómica tuvieron que dejar las aulas para estudiar en sus casas, cuya situación era muy similar a la de sus escuelas: condiciones de hacinamiento, falta de servicios y escasa conexión a internet. En estas circunstancias, y bajo el sentido común, los recursos de las becas habrían tenido un efecto redistributivo del ingreso.