Por: Alejandro Aurrecoechea Villela
Ilustración: Fabricio Vanden Broeck, cortesía de Nexos
Por un lado, sus detractores progresistas lo acusaron de ser demasiado ortodoxo y conservador, al negar apertura a desarrollos sociales del mundo moderno, en tanto ocupó el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la oficina encargada de reglamentar cuestiones litúrgicas y dogmáticas) bajo el Papa Juan Pablo II y, más adelante, durante su propio pontificado (2005-2013). En este sentido, criticaron decisiones como su rechazo a modificar la doctrina en temas sexuales y reproductivos, o con respecto al ordenamiento de mujeres y la derogación del celibato sacerdotal. Asimismo, se le criticó por ser laxo en temas de abuso sexual por parte de clérigos. Por otro lado, Benedicto también causó controversia en ámbitos conservadores que lo admiraban. En efecto, pocos le perdonaron que hubiera abdicado al trono papal en 2013, convirtiéndose en el primer pontífice en renunciar en casi 600 años. Ello, porque tal decisión dio paso a la elección del argentino Jorge Mario Bergoglio —Papa Francisco—, un Jesuita a quien consideran unos de los pontífices más modernistas y doctrinalmente heterodoxos en la historia de la Iglesia Católica, el cual, en su opinión, incluso estaría abriendo la puerta a un Cisma.