Brujas

El 9 de marzo de 1611 el tribunal de Logroño escribió al Supremo Consejo de la Inquisición, en Madrid, para informar de una insólita plaga de brujos en unas cuarenta aldeas en el Pirineo navarro.

No es que la Inquisición fuese renuente a condenar a nadie, sino que no estaba claro que era una bruja.
Nexos
Ciudad de México /

Por: Fernando Escalante Gonzalbo

Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos


En los procesos de brujería de los siglos XVI y XVII estaban en juego tres mitologías, tres ideas igualmente fantasiosas sobre el orden sobrenatural. Los campesinos creían en las brujas, por supuesto, pero no creían en ellas como se cree en dios, en el más allá, porque las brujas eran algo común y corriente, parte de la vida cotidiana, eran quienes curaban a los animales, adivinaban el futuro, quienes sabían de hierbas y amuletos —y decir brujería era decir envidia, avaricia, mala vecindad. Los inquisidores de los tribunales provinciales tenían otra idea, habían asimilado la elaborada mitología medieval que circulaba en Europa, creían sobre todo en lo que se dice en el "Malleus maleficarum".

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