Por: Javier Rosiles Salas
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
Michoacán queda con una configuración política enmarañada. Primero, con un núcleo que se preocupó más por la cohesión interna y que por eso clamó: “Juntos, somos la esperanza”. Vivió un proceso escarpado en el que el Instituto Nacional Electoral retiró el registro de Raúl Morón a la gubernatura y tuvo que ser sustituido por Ramírez Bedolla, quien tuvo un mes de campaña de desventaja. Segundo, con un apiñamiento que batalló para justificar la unión “antinatural” entre tres partidos, otrora adversarios históricos, que ante la emergencia de Morena argumentaron “las diferencias nos unen”. Lograron postular a un candidato no afiliado a ninguno –Herrera Tello– para defender el último reducto del PRD. Esta unidad fue más frágil en tanto más local fue la disputa por los cargos, pero a las pretensiones de Morena en ese ámbito tampoco les fue mejor. Aglomeración bífida, pero también variopinta a lo largo del heterogéneo territorio michoacano. Unidad al filo de la balcanización en un entorno de violencia. Una cuarta alternancia en medio de una lucha entre quienes buscan bloquear y entre quienes aspiran a una cuarta transformación.