Por: Jesús Silva-Herzog Márquez
Ilustración: José María Martínez, cortesía de Nexos
Cuenta el filósofo vasco Daniel Innerarity en su libro más reciente que, al principio de la pandemia, un grupo de científicos suscribieron un manifiesto en el que advertían que los políticos tenían el poder, pero no contaban con el conocimiento para enfrentar la crisis sanitaria. Se implicaba en el manifiesto que, ante la emergencia sanitaria, eran ellos, los expertos, quienes debían tomar las riendas. Pero quizá lo que deberíamos pensar es justamente en lo contrario: “Los políticos pueden menos de lo que parece y los científicos saben menos de lo que creemos”. Si el poder de la política es siempre limitado, si el saber de la ciencia es inevitablemente incompleto, valdría pensar en las formas de un diálogo a partir de estas insuficiencias para acercarnos a la decisión sensata. Una sociedad democrática no solamente refleja una diversidad de intereses materiales y de perspectivas ideológicas. Es también un mosaico de saberes, dice el ensayista en La sociedad del desconocimiento. Conviven científicos y creyentes. La técnica y el cuento. Los recuerdos, los datos, las esperanzas, las emociones, las reglas, el mito y la fe. ¿Habrá forma de entablar diálogo entre esos entendimientos?