Por: Fernando Escalante Gonzalbo
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
Se derriban las estatuas porque se supone que son representaciones del poder. La verdad es que lo son sobre todo para quienes las destruyen. Los monumentos son parte del paisaje urbano en todas partes y significan algo distinto para cada generación, la intención de quienes los levantaron originalmente no suele tener ninguna importancia, y uno puede terminar siendo el Caballito o el Ángel, con la misma entidad y la misma fuerza simbólica que una gran palmera o una fuente. Quienes las derriban les dan de nuevo un significado para que tenga sentido derribarlas. Si fuese un movimiento serio para eliminar cualquier forma de conmemoración del pasado, podría ser interesante. Pero no es eso. Quitar la estatua de Colón pero no la de Cuauhtémoc ni el Ángel ni la Cabeza de Juárez ni dinamitar el Palacio Virreinal es pura hipocresía. Porque no se trata de borrar la historia, sino de imponer una interpretación de la historia con sus monumentos y sus conmemoraciones, una versión tan grandilocuente y mentirosa como todas las demás; no caben los matices cuando se levanta una estatua, pero tampoco caben cuando se derriba: es el mismo principio el que opera en un caso y otro, tan maniqueo en un caso como en el otro.