Por: Iván Martínez-Bravo, Gerardo Maldonado y Pablo Parás
Ilustración: Alberto Caudillo, cortesía de Nexos
Muchos análisis de la polarización proceden comparando a la sociedad bajo estudio con sociedades del pasado y de otras partes del mundo. En términos temporales, una sociedad está más polarizada que en el pasado cuando muestra tendencias centrífugas —es decir: una redistribución de los ciudadanos en direcciones opuestas— en la dimensión política en cuestión. En términos geográficos, una sociedad está más polarizada que otra cuando las opiniones de una mayor proporción de ciudadanos caen en los polos o extremos de dicha dimensión, incluso cuando la mayoría de los ciudadanos de ambas sociedades se ubican en el centro del espectro. En épocas recientes, sin embargo, algunos investigadores han señalado que estas medidas, muy útiles a la hora de medir los antagonismos de las élites políticas, no capturan la polarización que se percibe en el día a día entre la ciudadanía. Surge entonces un debate sobre si la ciudadanía está realmente polarizada o sólo las élites lo están.2 En el caso mexicano, este cuestionamiento parece razonable ante la constante y generalizada percepción de que las preferencias políticas de buena parte de la ciudadanía apuntan hacia uno de dos grandes grupos rivales. Por ello, vale la pena echar un ojo a las distribuciones nacionales que surgen de mediciones como éstas.