Por: Claudio Lomnitz
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
Es interesante reparar en el mecanismo de la adulación institucionalizada, conocida en la antropología política como la “sacralización” del poder. Y es que el poder, cuando es soberano, es aterrador. Un dictador puede decir lo que quiera y mandar lo que se le ocurra. Erdogan acusa, encarcela y excarcela y Duterte dicta quién sí y quién no merece la protección de la ley en su país. Trump proclama que el calentamiento global no existe… Esta clase de arbitrariedad deja a los que rodean al caudillo en un estado de incertidumbre: por eso sus ministros se cuidan de no hacer declaraciones que puedan irritar a su jefe, los periodistas tratan de agradarlo con sus preguntas y los intelectuales se preocupan por no terminar siendo chivos expiatorios.