Por: Ariel Rodríguez Kuri
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
La Comisión no está abocada a encontrar una solución al dolor, al duelo y la perplejidad; su misión más duradera será dejarlos ahí, visibles, audibles, plantados, documentados, esto es, dar sentido a una voluntad ecuménica de saber. En sí mismas las premisas de la guerra sucia están, a mi juicio, hipertrofiadas, y debemos saber por qué. Lo que hace de los setenta un momento singular, en México y el mundo, es el dominio de la voluntad cruda (de cambio o conservación del orden político) a costa de la estrategia. Los disidentes ¿podían socavar ejércitos y policías de tal manera que el Estado burgués pudiera ser destruido?; ¿tendrían la capacidad de persuasión y la habilidad política para inducir y conducir una huelga política general y una insurrección en las ciudades? Los gobernantes ¿podían seguir administrando un país sin poner en juego los valores que decían defender, al estilo de la democracia política, la libertad y seguridad de las personas? Preguntas desmesuradas cuyas respuestas parecen obvias y cínicas; pero ese no es el asunto. Lo que importa es que estaban vigentes desde mediados de la década de 1960; es decir, se podían enunciar públicamente y encontraban escuchas en afines y enemigos.