De Nativitas a Tacubaya

Presenciar un tren en marcha y sin viajeros a bordo es un privilegio, sobre todo cuando pienso en las aglomeraciones humanas que habrían de llegar después.

"Pasé más de la mitad de mi vida viajando en metro hasta el grado de que mi columna vertebral puede ser considerada una línea más".
Nexos
Ciudad de México /

Por: Guillermo Fadanelli

Ilustración: Oldemar González, cortesía de Nexos

Acompañé a mi madre a realizar sus compras en Aurrerá, después de que ella pasara a recogerme a la escuela primaria, a una cuadra de Calzada de Tlalpan. Aquel día serían cerca de la una de la tarde y caminábamos rumbo a un paso a desnivel para cruzar al otro lado de la calzada cuando lo vi y quedé estupefacto: ¡un tren poderoso y veloz! ¡Un convoy! ¡Un acorazado sobre rieles! Vaya impresión, vaya jodida y bendita imagen. El tren no llevaba pasajeros a bordo, pues apenas se estaban realizando pruebas y primeros recorridos. Corría el año de 1970 y yo no tenía noticias de que ya una primera ruta se había inaugurado el año anterior de Chapultepec a Zaragoza. La verdad es que no abandonábamos mucho los contornos de nuestro barrio, la colonia Portales.

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