Del espíritu santo y la polarización

Insistir en que el consenso sólo viene después del conflicto es una causa perdida; a más de uno nos resulta claro que no se puede pactar si se desconocen los términos del diferendo.

No hay acuerdo concebible si las fuerzas en juego no han mostrado su poder en potencia y acto. | Patricio Betteo
Nexos
Ciudad de México /

Por: Ariel Rodríguez Kuri

Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos

Nuestra pequeña tragedia es que el perfeccionamiento democrático en términos de participación ampliada y materias diversas se ha detenido. El ejemplo más claro es la oposición de los intelectuales públicos y de parte de la academia a las modalidades de consulta popular (plebiscito, referéndum, revocación de mandato) que, consagradas en la ley, son vistas como la amenaza de los bárbaros a la vieja Roma, tan famosa y decadente como la transición. En esos medios se olvida que estas fórmulas constitucionales son comunes en casi todas las constituciones europeas y en diversas constituciones locales en Estados Unidos. Uno podría decir que nada como una consulta abierta a la ciudadanía en un tema estratégico, una consulta que active y comprometa (pasajeramente) las identidades políticas y empuje (tendencialmente) la democracia a otro nivel. Pero es verdad: en una consulta popular, la disyuntiva binaria entre el Sí y el No contribuye a la polarización. Vale aquí una aclaración: no deberíamos entender por polarización aquello que lleva a los extremos ideológicos; entendamos mejor, convenencieramente, lo que señala la segunda acepción del Diccionario de la Real Academia (que en ésta sí acierta): “Concentrar la atención o el ánimo en algo”, en este caso unos en el Sí, otros en el No. Podríamos vivir con eso, creo.

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