Por: Rodrigo Negrete
Ilustración: Alberto Caudillo, cortesía de Nexos
La monumentalidad de El capital cortó la respiración a muchos inhibiendo la crítica y beneficiando a Marx del efecto “traje nuevo del emperador” o disimulo que en ciertos pasajes decisivos va desnudo. El Tomo I promete acordes y pasajes sinfónicos, pero en los subsiguientes el discurrir se empantana en una tediosa lógica laberíntica, girando sobre sí mismo, sin encontrar cómo volver hacer un contacto firme con su objeto de estudio. Entre la mayoría de los marxistas El capital ha sido más cosa de leyenda que de lectura y menos aún de una completa. Su destino fue inscribirse en esa peculiar relación que típicamente se establece entre creyentes y libros sagrados.