Por: Alma Maldonado-Maldonado
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
Existen fuertes disparidades entre cada fuente y entre las historias que conocemos de las maestras y los maestros y las familias que asisten al sector público. La impresión que se tiene es que el anterior ciclo educativo se terminó como se pudo y, desde luego, se empleó más el programa Aprende en casa porque la pandemia, como a todo el mundo, nos tomó por sorpresa. Pero al inicio de este año escolar las escuelas y el personal docente empezaron a hacer ajustes, mayores esfuerzos por conectarse en clases con sus estudiantes y ahora se ha ido dejando de lado el uso de los programas por televisión. Las niñas y los niños con más suerte han tenido formas de no perder el contacto con sus profesores. Su situación —sobre todo de los más vulnerables— no puede quedar al azar. No en un país que se dice democrático y que busca eliminar las desigualdades sociales. Lo mismo sucede con el apoyo de las familias, los más afortunados encuentran en su casa los recursos y la motivación para continuar con sus clases y para no perder el ritmo escolar. En la mayoría de los casos esta responsabilidad además recae en las mujeres.