Por: Ronaldo González Valdés
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
En los términos de Gilberto Guevara Niebla, con todo y el variopinto tinglado ideológico que le sirvió como telón de fondo, a diferencia de lo sucedido en otras latitudes, nuestro 68 fue un movimiento primario; los estudiantes de entonces eran “demócratas primitivos”, es cierto, pero como se preguntaba Carlos Monsiváis, ¿Qué otra cosa podían ser? A ese movimiento debemos, en buena medida, nuestro insuficiente (y por momentos desencaminado) tránsito a la democracia, lo mismo que el ambiente de relativa tolerancia (Ayotzinapa y otros hechos nos recuerdan que ese camino sigue teniendo requiebres oscuros) a las inquietudes sociales en el presente. Gracias a ese movimiento logramos apreciar en toda su magnitud “la lucha por la democracia como educación política, compromiso moral y construcción de espacios alternativos ante el poder” (Monsiváis dixit hace más de 40 años, aunque no sé qué diría ahora que cada mañana se monta el escenario de la inapelable moralidad pública en cadena nacional).