Por: Claudio Lomnitz
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
El antropólogo Juan Antonio Flores Martos abre un ensayo sobre la Santa Muerte con la anécdota de un día de campo en las inmediaciones de Tuxtla Gutiérrez, donde un profesionista, miembro de la clase media, evita quitarse la camisa y echarse a la piscina para que sus acompañantes no se den cuenta de que trae una imagen de la Santa Muerte tatuada en el torso. Flores usa este ejemplo para subrayar el hecho de que los devotos de la Santa Muerte ya no son sólo presos, policías o prostitutas, sino que hoy provienen de un espectro profesional amplio, caracterizado más por la precariedad o inseguridad de su estatus, que necesariamente por la criminalización. Buena parte de las etnografías recientes concuerdan en este punto. La importancia de la vulnerabilidad se refleja también en el valor primordial que tienen las peticiones de protección en el culto a la Santa Muerte, así como también —aunque en menor medida— los rezos para el cumplimiento de algún deseo.