Por:Jesús Silva-Herzog Márquez
Ilustración: José María Martínez, cortesía de Nexos
A Quentin Skinner, el gran historiador de Cambridge, debemos la lectura más atenta de las imágenes de Siena. Nadie como él se ha detenido en los emblemas y en los símbolos que retacan de significado las paredes del palacio. El pensamiento se hace imagen, un programa político encuentra alegoría. Se hace visible ahí un entendimiento de los ideales, los fundamentos y los enseres de la república. En los frescos se resalta la figuración de lo abstracto. La Paz, la Prudencia, la Magnanimidad, la Templanza, la Justicia, la Sabiduría adquieren cuerpo. El pincel da forma a esas ideas solemnes. Metáfora, su vestimenta y los objetos que sujetan las figuras femeninas; símbolo, su gesto y su mirada. Pero el artista de las alegorías acompaña la representación de las abstracciones con escenas de un realismo extraordinario. Lo vio con especial claridad el historiador Patrick Boucheron en un ensayo admirable. Los frescos son la muestra más ilustre de la alegoría política. No se retratan en el palacio comunal personajes concretos sino ideales, no hay tampoco pasajes históricos sino metáforas. Pero el contrapunto de esas alegorías son los retratos de la vida, las ilustraciones de la actividad cotidiana bajo los gobiernos de la virtud o el imperio de la furia.