Por: Armando Chaguaceda
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
Las ideologías sirven para unificar la conciencia de las masas —utilizan rituales para reforzar sus creencias— y las percepciones de la historia y el orden político. Expertos como David Lewis y Emmy Eklundh han reconocido que el gobierno ruso, dirigido por Vladímir Putin, ha proyectado por dos décadas una ideología laxa, que toma la nación como narrativa potente capaz de rebasar la clásica contraposición izquierda versus derecha. Más flexibilidad ideológica no sustentada en una cosmovisión cerrada y totalizadora (comunismo) que abarca la economía, la sociedad y la política, sino en mezcla de mentalidades (nacionalistas y comunitaristas) e ideología blanda (thin ideology, afín al populismo) que no cuestiona el capitalismo. La mezcla de ideología y mentalidad flexible, sujeta a la toma de decisiones de Putin y orientada a maximizar el control y la legitimidad interna, se proyecta al exterior mediante un activismo disruptivo que aprovecha las tradicionales concepciones de guerra política, entendida como modos de intervención planificada y sistemática para influir sobre las percepciones del adversario y debilitar la confianza democrática de sus sociedades.