Por: Katia Guzmán Martínez
Ilustración: Pablo García, cortesía de Nexos
El partido por una sociedad más justa e igualitaria no se ha acabado —ni en las canchas, ni en las calles. En el caso de la brecha salarial entre jugadoras y jugadores, hay que reconocerlo, al menos existen pincelazos de voluntad por parte de las autoridades para acotarla. Estos esfuerzos, también hay que decirlo, están lejos de ser suficientes —no sólo en materia económica, sino social. El rechazo en general a que las mujeres nos apropiemos del llano persiste: desde los prejuicios a la forma en la que una jugadora debe o no comportarse —si es femenina se percibe que no juega suficientemente bien; si es masculina, entonces es un monstruo… o peor, lesbiana—; hasta las manifestaciones francamente psicóticas que florecen cuando una reconocida comentarista deportiva tiene la oportunidad de narrar, por primera vez en la historia, la final de la Champions League.