Por: Rafael Prieto Curiel y Alejandro Cano
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
En las noticias y redes sociales, frecuentemente el Gobierno reporta que llegó un nuevo embarque con miles de vacunas al aeropuerto de la CDMX y que son distribuidas de inmediato entre distintas ciudades. Miles de vacunas para Tijuana. Otras miles para Puerto Vallarta o para Tuxtla Gutiérrez. Y así, la llegada de vacunas avanza. Por otro lado, las autoridades reportan que miles, e incluso cientos de miles de vacunas, son aplicadas en el país. Pero en ese mar de cifras diarias hay un indicador que no depende de cuántas vacunas llegan procedentes de Pfizer, de Cansino o del gobierno de Estados Unidos, sino de nosotros, de nuestra estrategia, de nuestra logística y de nuestra eficiencia: ¿cuánto tiempo transcurre entre que una vacuna llega a nuestro país y que esa vacuna se le aplica a alguien? Poco más de diecinueve días. Las vacunas languidecen en los refrigeradores. Pero, mientras más rápido vacunemos a suficientes personas, podremos retomar actividades, podrán las y los alumnos regresar a clases de manera segura y dejaremos de perder a seres queridos por el virus. Retrasar las vacunas nos cuesta a todos.