Por: Kathya Millares
Fotografía: Kathya Millares, cortesía de Nexos
En el mostrador de ETN confirman que la salida del camión hacia el nuevo aeropuerto será a las siete y que no hay otra corrida programada. Lo que sí hay es un viaje de regreso a las 12:30 horas. Sólo queda sentarse en la sala de espera. “Ahí van a indicarles el momento para abordar”. En un pequeño cubo delimitado por paredes de cristal hay nueve personas; algunas llevan maletas que les llegan casi a la cintura y otras cargan con equipaje mediano o un costal. Suena cómo sellan cajas con cinta adhesiva; en la televisión dan el pronóstico del tiempo; los torniquetes giran (la jaula de un perro se queda atorada). Los camiones van hacia Iguala, Chilpancingo, Acapulco-Papagayo. A las 7:02 alguien pregunta: “¿Ya va a salir el camión hacia el Felipe Ángeles?”. “En un momento los llamamos, por favor”, responde una de las encargadas de la taquilla. Once minutos después anuncian el abordaje. El proceso es el habitual (pospandemia): “Voy a tomarle la temperatura; le obsequio un poco de gel; permítame ver su boleto”. Al abordar, sólo se ocupan nueve lugares de los 34 que tiene el camión. Algo extraño, pues un día anterior el sistema electrónico indicaba que sólo quedaban seis asientos disponibles. Antes de salir, la misma persona que revisó que nadie tuviera la temperatura elevada, avisó que se haría una parada en la central camionera del norte. Hubo un par de voces de queja.