Por: Francisco Gallardo Negrete
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
En 2007, unos programadores de la empresa transnacional International Business Machines (IBM) decidieron aceptar el desafío, al cual llamaron Jeopardy! Challenge. Su concursante no sería, por supuesto, alguien de su propio equipo, de sus propias filas humanas; antes bien, sería uno de los diseños más prometedores de su heterogéneo catálogo de inteligencias artificiales: Watson. Al mando del biólogo e ingeniero computacional David Ferrucci, los programadores aludidos comenzaron a desarrollar una sofisticada inteligencia artificial con miras a competir contra los mejores jugadores de Jeopardy! hasta ese momento, a saber, los norteamericanos Ken Jennings, quien ostentaba el asombroso récord de setenta y cuatro episodios sin perder, y Brad Rutter, quien a la postre, a fuerza de ganar y ganar, se embolsaría más de cuatro y medio millones de dólares en cheques gigantes. Después de tres años de investigación y de trabajo en laboratorio, en 2010 Watson se encontraba listo para sustentar sus primeras pruebas. Contaba con un poderoso hardware que le permitía almacenar y analizar un enorme repositorio de documentos, diccionarios comunes y especializados, enciclopedias en diferentes idiomas, corpus bibliográficos y hemerográficos por igual. En efecto, Watson era capaz de hallar las respuestas a algunas preguntas o, mejor dicho, las preguntas a algunas respuestas pero, en vista de que también formulaba cuestionamientos disparatados y fuera de contexto de vez en cuando, no consiguió su pase al programa: su inscripción pasó a la lista de espera.