Por: Rafael de Hoyos
Ilustración: Víctor Solís, cortesía de Nexos
¿Cómo podemos explicar y justificar que las escuelas sigan cerradas mientras bares, restaurantes y muchas otras actividades han vuelto a cierta normalidad? ¿Por qué no hay una exigencia social para priorizar lo que debería ser el instrumento más importante para definir nuestro futuro? Quizá nuestro nivel de autocomplacencia o autoengaño nos permite creer que en materia educativa todo está bien y no hay razón para apresurarse a reabrir escuelas. Tal vez hay una percepción de que los riesgos sanitarios asociados a la reapertura son tan altos que la hacen inviable. Otra explicación, más preocupante, es que a pesar de reconocer que el cierre de escuelas causa una pérdida de aprendizajes, no lo vemos como algo grave. Esto quiere decir que estamos lejos de considerar a la escuela como una opción viable para alcanzar mejores niveles de bienestar futuro, mejorar la movilidad social y generar ciudadanía. En gran medida, no consideramos que los aprendizajes que niños, niñas y jóvenes adquieren hoy determinan sus ingresos futuros, salud, participación democrática, entre muchos otros beneficios. Si estuviéramos conscientes de ello, sin duda las escuelas tendrían prioridad en el proceso de reapertura.