Por: Mauricio Gómez Martínez
Ilustración: Alberto Caudillo, cortesía de Nexos
Los incendios son un fenómeno del que cada vez escuchamos más y más: han incrementado en intensidad y en extensión, como consecuencia del aumento de la temperatura y por las sequías extremas. Según las predicciones de algunos científicos, esta tendencia se mantendrá al alza en el futuro. Sin embargo, a pesar de nuestra sorpresa ante lo que parece un castigo de dimensiones bíblicas, consecuencia del descuido de nuestra especie hacia el ambiente, los incendios no son eventos nuevos, pues en realidad, éstos son casi tan viejos como la vegetación misma: según la evidencia paleobiológica, han estado presentes desde hace 420 millones de años. La novedad radica en que, motivados por el efecto del Homo sapiens con el calentamiento del planeta, éstos han crecido fuera de su rango esperado y eso sí es un evento relativamente reciente. Algunos especialistas en ecología y evolución no ignoran que el fuego es casi tan viejo como los árboles, tanto así que ya estamos hablando de una historia que se cuenta en eones. Sería de esperarse que algunas especies hubiesen desarrollado adaptaciones particulares a este fenómeno, más cuando se trata de un factor de transformación de los ecosistemas tan importante: el fuego posee, además de un gran poder destructor, una cualidad renovadora.