Por: Fulvio Eccardi y Daniel Suárez
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
La ganadería extensiva, la que trabaja con animales a libre pastoreo y ocupa grandes superficies, es posiblemente la actividad productiva que más ha modificado y devastado los ecosistemas naturales de nuestro país. Actualmente alrededor de 30 millones de cabezas deambulan en una extensión equivalente a más de la mitad del territorio nacional. Los animales pastan libremente seleccionando lo que más les gusta, reduciendo así la diversidad vegetal, compactando y “asfixiando” los suelos que se erosionan con las lluvias. El alimento disponible para el ganado en los agostaderos generalmente es insuficiente, y se requieren alimentos adicionales que los rancheros están obligados a comprar, como pollinaza y cerdaza –excretas secas y pulverizadas de pollos y cerdos de engorda–, bagazo de caña, subproductos de la industria de tortilla, desechos de galletas y panes; así las cuentas en los bolsillos ya no cuadran. Criar ganado de esta manera resulta un negocio muy poco rentable.