Por: Ernesto Reséndiz Oikión
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
El abecedario de las jotas, la lengua viperina, la metáfora inesperada y exquisita y el insulto más prosaico han sido algunos recursos para la construcción verbal de la literatura gay mexicana, muchas veces vilipendiada y ninguneada por las academias —no exentas de polillas— e incluso por autores de la misma población que se pretende minoritaria aunque por efectos de la explosión demográfica y la multitudinaria salida del clóset se ostenta bastante nutrida en las marchas del Orgullo cada mes de junio. Desde hace varias décadas, los libros saltaron de las estanterías a las camas, al último vagón del metro o a las manos de las manas lectoras —siempre pocas, pero con vocación para la evasión literaria y para elevar los ínfimos índices de lectura del país.