Por: Ana Razo
Ilustración: Fabricio Vanden Broeck, cortesía de Nexos
Consideremos por un momento que el mejor lugar para desarrollar el oficio de pensar es la escuela. En ese sentido, la forma en cómo entendemos lo que significa aprender y el proceso de pensamiento de las niñas, niños, adolescentes y jóvenes es esencial. Por un lado, podemos pensarles como recipientes a ser llenados, como “esponjas absorbentes”. Por otro lado, desde la visión de Rousseau, como una llama para ser encendida. Si pensamos al estudiantado desde la primera perspectiva, como esponjas absorbentes y recipientes esperando llenarse con información, entonces nuestros planes educativos serán un listado interminable de temas. Un registro inacabable de contenidos y palabras permitidas y otras no, dependiendo de la moral y la ideología en turno. Pero la prohibición de formas de ver el mundo, el intento de esterilizar el pensamiento de todo aquello que es “malo”, “inapropiado” o “contrario” no hará que nuestro estudiantado pueda construir una ciudadanía más plena, sólo la hará incapaz de distinguir la diferencia.