Por: Cisteil Pérez y Luis Felipe Mendoza Cuenca
Fotografía: Terry Priest bajo licencia de Creative Commons
En 1962, Rachel Carson publicó su libro Primavera silenciosa y evidenció la pérdida gradual de especies alrededor de todo el mundo, principalmente debido al uso de pesticidas. En febrero pasado, a casi sesenta años de la publicación de Carson, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, insistió en la existencia de una triple emergencia ambiental mundial en la que se enlazan la contaminación, el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad. En el caso de las luciérnagas y otros insectos nocturnos, su desaparición no sólo nos deja sin sus despliegues nocturnos, sino que pone de manifiesto la degradación ambiental a la que los seres humanos también estamos expuestos. Por ejemplo, al perder a las voraces larvas de las luciérnagas disminuye el control natural que éstas ejercen en poblaciones de organismos como caracoles, babosas y otros que atacan plantas. Sin el cortejo nocturno de las luciérnagas adultas, las comunidades humanas que ahora dependen del entomoturismo se verán afectadas, y con la desaparición de polinizadores nocturnos, muchas plantas nativas y de cultivo dejarán de producir frutos. Estos son apenas algunos ejemplos de las contribuciones que la naturaleza provee a los seres humanos y que estamos perdiendo cada vez que una especie se extingue.