Por: Diego Armando Piñón López
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
La nueva organización del currículo, y por consecuencia en los libros de texto gratuito, menos compartimentalizada —con respecto a la anterior— a través de los campos formativos, es una propuesta notable, cuya implementación encuentra numerosos desafíos. Partamos por afirmar que la colección de libros que está siendo sustituida tiene muchas virtudes. Fue corregida en el camino y, aunque presentaba grandes áreas de oportunidad, hubiera bastado con someterle a revisión y consulta, con maestras, maestros y especialistas, para poder reducir moderadamente algunas cargas de contenido excesivas en los casos que así se apreciara necesario; proponer nuevos textos; actualizar algunos conceptos; reemplazar puntualmente los proyectos que lo requirieran y agregar aquellos conocimientos que la nueva realidad social ameritara para su discusión en las aulas. Incluso podrían haber sido rediseñados a partir de la construcción de proyectos —metodología por la que apuesta la Nueva Escuela Mexicana— con base en las fortalezas que ya se encontraban en los materiales existentes. Así, por ejemplo, habría un exhaustivo trabajo ocupado en articular contenidos ya considerados en lugar de empezar desde cero. Pero no, no había que dejar ni coma de lo que ya se tenía: primer error.