Por: Leticia Durand, Radamés Villagómez Reséndiz y Francisco Vergara Silva
Ilustración: Jorge Landa, cortesía de Nexos
Hacia 2020, los habitantes de la Ciudad de México comenzaron a atestiguar la enfermedad y muerte de muchas de las palmas de la especie Phoenix canariensis que, desde hacía décadas, ocupaban los camellones, jardines y banquetas de la ciudad. Ante la preocupación, especialistas de diversas instituciones explicaron que estos árboles ––aunque hay gente que argumenta que las palmas no son árboles, pero por cuestiones prácticas digamos que sí lo son–– habían sido contagiados por el hongo de la pudrición rosa (Nalanthamala vermoesenii), que puede dañar las raíces y provocar la muerte de las palmas, y plantas que forman parte de paisajes urbanos. El padecimiento de las palmeras, también atribuido a la acción de escarabajos clasificados como Rhynchophorus ferrugineus o “picudo rojo”, fue recibido con asombro y preocupación por los citadinos quienes, antes que las autoridades, advertían de esta situación con fotografías y comentarios en las redes sociales. Cuando el asunto fue públicamente atendido por el gobierno de la ciudad era ya demasiado tarde, y no quedó más que asumir que muchos de estos árboles, ya muertos o muy dañados, tenían que ser retirados.