Por: Andreas Schedler
Ilustración: David Peón, cortesía de Nexos
La premisa fundamental de la Ley es tecnocrática. Asume que todos los problemas del país se pueden resolver por medio de la ciencia y la tecnología. Sin duda, la ciencia y la tecnología tienen un papel destacado en la resolución de muchos problemas nacionales y globales, como el cambio climático, la lucha contra el cáncer o la prevención de accidentes industriales. Pero no resuelven ninguno por sí solos. Casi todos los problemas involucran cuestiones políticas: conflictos de valores e intereses, luchas de poder, la competencia por recursos escasos, deliberación pública. En otras palabras, su solución no está en el ámbito de la ciencia sino de la democracia (una palabra que no aparece ni una sola vez en el texto de la Ley). A diferencia de lo que sugiere la Ley, sin embargo, la ciencia debe ser modesta y reconocer sus límites y sus incertidumbres. No puede permitirse ilusiones de omnipotencia. La Ley nos pide “el desarrollo de tecnologías estratégicas de vanguardia para la transformación social” (Art. 47.VI). Qué suerte que no podamos cumplirlo. Qué suerte que no seamos nosotros, los investigadores y profesores, quienes decidan la transformación social, sino los ciudadanos y las ciudadanas.